APROXIMACIÓN
A LA HISTORIOGRAFÍA SOBRE DON JUAN DE AUSTRIA
Carlos
Blanco Fernández
Universidad
Autónoma de Barcelona
Trabajo
publicado en Bruno Anatra, Francesco Manconi, Giovanni Murgia y Gianfranco Tore
(coords.), Sardegna, Spagna e Stati Italiani nell'età di Carlo V. Studi Storicci
Carocci (17)., Urbino, 2001, pp. 165-182. (Reproducido con el permiso de los
coordinadores)
Dentro de la galería de personajes históricos elevados a la categoría de héroes
por parte de las diversas corrientes historiográficas, destaca la figura del
hijo natural del Emperador Carlos V: Don Juan de Austria (1547-1578). La fama
le viene dada por la gran victoria naval sobre la flota turca en el golfo de
Lepanto acaecida el 7 de octubre de 1571. Su vida, a pesar de ser tan breve
pues no vivió más que 31 años, no se limitó a una pírrica victoria sobre los
barcos de Selim II, quien pudo reconstruir su flota un par de años más tarde.
Su biografía se ha visto ocultada o, mejor dicho, eclipsada por el impacto que
causó entre sus contemporáneos la victoria sobre el Turco. Para poder estudiar
a nuestro personaje hemos de ser capaces, por tanto, de diferenciar entre el
propio personaje y la imagen que se nos ha pretendido dar a lo largo del devenir
histórico.
Como se puede comprobar, el presente artículo se sitúa cronológicamente fuera
del periodo establecido por la temática de estas sesiones. La relación entre
el personaje y Carlos V no se reduce a la cuestión biológica.
Hemos de introducirnos en el complejo mundo de la publicística para ver como,
a lo largo de las diversas generaciones de cronistas, escritores e historiadores,
Don Juan fue secularmente identificado con su progenitor a la par que continuamente
contrapuesto a su hermano. Encontramos, por un lado, al don Juan militar, piadoso,
victorioso, viajero y conocedor de las gentes y de los dominios de su familia,
la viva imagen de su padre. Felipe II constituía su antítesis, una figura ausente
en la mayoría de sus territorios patrimoniales, representado por un alter ego
y encarnando la figura del burócrata por excelencia.
Hemos dicho que Lepanto fue el escaparate desde el cual la imagen de don
Juan toma cuerpo y evoluciona hasta el día de hoy. Llegados a este punto nos
planteamos dos cuestiones básicas: cómo y de qué forma ha evolucionado la imagen
del hijo natural de Carlos V desde sus contemporáneos hasta los autores más
recientes, y hasta qué punto los sucesos históricos o las propias coyunturas
contemporáneas de los autores que han tratado al personaje han marcado en determinados
sentidos la imagen de don Juan. Estos dos interrogantes centrarán el interés
del primer gran apartado del artículo.
En el otro gran apartado, intentaremos dejar de lado la visión "rosa"
del personaje para pasar a tratar algunas de las incógnitas que planean sobre
ciertos aspectos de su biografía: ¿quién era la madre de don Juan?, ¿cómo eran
sus relaciones con su hermano el Rey?, ¿cuáles eran las virtudes y los defectos
o carencias del personaje en campos como la política, la diplomacia o lo militar?
y ¿cuál fue la verdadera causa de su muerte?. El objetivo de todo ello es conseguir
la titánica labor que propone Bennassar en su reciente obra: separar la imagen
de la realidad, el mito del hombre.
1.-
Periodos historiográficos
La figura de don Juan de Austria, a pesar de enmarcarse dentro de uno de los
reinados objeto de un mayor número de estudios a nivel histórico, ha suscitado
un interés menor entre el colectivo de los profesionales de la historia. En
apenas cuatrocientos años escasamente han aparecido un par de decenas de biografías.
De ellas, aproximadamente sólo la mitad han sido escritas por autores nacidos
en la Península. El periodo que se ha mostrado más fecundo para el estudio del
personaje es, sin lugar a dudas, esta segunda mitad del siglo XX con una docena
de títulos. Esta afirmación la hemos de tomar con cautela ya que se trata de
una realidad artificial, no comparable cuando aplicamos las limitaciones impuestas
por la técnica y por el grado de accesibilidad a las fuentes por parte de los
investigadores.
Por desgracia, y a diferencia de lo que ha sucedido con otros coetáneos, no
nos han llegado los archivos personales de don Juan ya que éstos fueron destruidos
por orden de Felipe II mientras su cadáver se encontraba por los campos castellanos
camino de El Escorial.
Ante la falta de fuentes primarias en cantidad, la aproximación al personaje
del hijo bastardo del emperador Carlos V se ha de realizar utilizando como puentes
a otros contemporáneos, en especial a su hermanastro Felipe. También podríamos
incluir dentro de esta categoría a Fernando Álvarez de Toledo (III Duque de
Alba), al cardenal Granvela, Alejandro Farnesio, al secretario del rey Antonio
Pérez, a la madre adoptiva doña Magdalena de Ulloa o a su hermanastra Margarita
de Parma.
Los fondos epistolares constituidos a partir de las relaciones habidas con don
Juan no sólo nos modelan un perfil psicológico del personaje estudiado sino
que, además, aportan un rayo de luz en aquellos pasajes más oscuros de su biografía.
La figura histórica de don Juan coexiste con el personaje literario, el héroe
que a veces logra confundirnos con el real gracias al recurso de técnicas propias
de la literatura o a la consulta de fuentes estrictamente literarias. Tuvo una
gran predicación entre los autores castellanos del Siglo de Oro, recurriendo
a él bien como protagonista de sus obras, camuflándole bajo algún otro nombre,
bien como elemento de referencia cronológica o espacial para el desarrollo de
sus obras. Podemos señalar algunas de las apariciones de don Juan en las obras
literarias castellanas de los siglos XVI y XVII.
Uno
de los primeros fue Melchor de Santa Cruz, quien en 1574 publicó su "Floresta
española de apotegmas y sentencias, sabia y graciosamente dichas, de algunos
españoles". Esta obra, de cuentos, dichos y sentencias, tiene su interés
ya que está dedicada al vencedor de las Alpujarras y de Lepanto.
Alonso
de Ercilla, autor de "La Araucana", también recurrió a la exaltación
de don Juan. En este poema épico estructurado en tres partes,
y que constituye un canto a la guerra, se hace una relación de las luchas de
los españoles contra los indígenas que habitaban lo que actualmente conocemos
por Chile. A pesar de ello también se hace mención de otros sucesos bélicos
que protagonizaron las tropas de la Monarquía Hispánica en tiempos de Felipe
II: la batalla de San Quintín (1559), la ocupación militar castellana de Portugal
en 1580, etc. De toda esa relación de hechos de armas destaca el canto XXIV
de la segunda parte de la obra, aparecida curiosamente el año de la muerte de
don Juan, dedicado exclusivamente a la batalla de Lepanto y a su capitán.
A continuación podríamos mencionar a Juan Rufo quien, a pesar de plagiar a Diego
Hurtado de Mendoza en los cantos referentes a la Guerra de Granada, intenta
componer la primera biografía de nuestro personaje con "Austriada"
(1584), aunque hay que recalcar su carácter lírico. Aparte de la supuesta condición
del autor como acompañante de don Juan en la Galera Real en el transcurso de
la batalla de Lepanto, esta obra alberga la curiosidad de recoger el primer
soneto publicado por el gran poeta cordobés Luis de Góngora.
Así mismo, y ya en el campo de la comedia, Juan Pérez de Montalbán elabora en
1635 una breve comedia que lleva por título "El Señor Don Juan de Austria"
y que publicó junto con otras comedias breves suyas bajo el título de “Primer
Tomo de las Comedias del doctor Iuan Perez de Montalbán”.
Pero fue Miguel de Cervantes quién dotó al hijo de Carlos V de una mayor proyección
pública gracias en parte a su condición de ex combatiente en la batalla de Lepanto
-nombre vinculado in seculo seculorum a don Juan- y por haber introducido
al personaje en el trasfondo de "El Quijote". Aunque ya en
la "Galatea" (1585) Cervantes introduce a don Juan en la historia
bajo el seudónimo de Australiano, es en las aventuras y desventuras de don Quijote
y Sancho en las que adquiere su grado máximo. En ellas, se hace mención a don
Juan en dos ocasiones, aunque hay que decir que nunca de forma explícita. En
la primera parte de la obra, publicada en 1605, Cervantes rememora en el capítulo
del Cautivo -cap. XXXIX- sus vivencias en los presidios del Norte de África
como veterano de Lepanto, glorificando la figura de don Juan por dirigir la
armada cristiana en un día que "... fue para la cristiandad el más dichoso,
porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban,
creyendo que los turcos eran invencibles por la mar ...".
Pero la gran referencia que perpetuó la imagen de Lepanto y de Cervantes, como
la de su manco particular, fue la declaración que hizo el propio autor en respuesta
a Alonso Fernández de Avellaneda en el prólogo de la segunda parte (1615): "...
Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como
si sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad
hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los
siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros ...".
A pesar de que hemos dejado fuera a otros literatos que en cierto modo también
trataron a la figura de don Juan
bien podemos concluir que hasta bien entrado el siglo XIX permanece más como
patrimonio de lo literario que de lo científico. El primer historiador de oficio
que se encargó de esbozar los primeros apuntes biográficos de carácter más o
menos académico sobre Don Juan fue el británico William Stirling Maxwell, con
"Don John of Austria, or passages from the history of the sixteenth
century (1547-1578) ", publicado por vez primera en 1885 en Londres.
Al margen del discurso estrictamente académico, podemos englobar a los diversos
autores que han tratado a Don Juan desde el punto de vista biográfico bajo cuatro
entradas de carácter cronológico:
1.1
El reputacionismo olivarista
A lo largo
del siglo XVII, y en especial durante los años que coinciden con la cronología
de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), en Castilla se fue desarrollando
una corriente intelectual propia consistente en la preocupación por la débil
y difícil situación política, social y económica en que se encontraba sumida
la Monarquía. Los seguidores de esa nueva filosofía veían los tiempos de Carlos
V como un espejo de lo que fue y debería ser la Monarquía de Felipe IV. Esa
preocupación por la utopía “reputacionista” acabó desarrollando un sentimiento
más de añoranza hacia el pasado que no un programa de medidas con el objeto
de dar solución a los problemas del presente.
Las
plumas de esa línea de pensamiento propiamente castellano, fueran o no funcionarios
a sueldo del todopoderoso Olivares, vieron en don Juan de Austria uno de esos
mitos fácilmente aprovechable para ensalzar la Casa que representaba Felipe
IV. Don Juan había pertenecido a la familia real, era hijo del César y hermano
de Felipe II. Empezó a desarrollarse el mito de los dos hermanos, de la doble
vía que podía haber adoptado la monarquía: por un lado la de un don Juan continuador
de la política de su padre, por el otro, la de un Felipe diametralmente opuesto
a las directrices y prácticas políticas del Emperador. ¿Qué hubiera sido de
la Monarquía si Felipe hubiera muerto sin sucesión y hubiera subido al trono
don Juan, bien en calidad de titular o de regente?. Don Juan representaba la
España que pudo ser y que no fue, la de las gestas militares y, sobre todo,
la de la consecución de una única Europa Cristiana por medio de las armas.
En
segundo lugar, don Juan también llegó a representar una identificación del personaje
con el pueblo. Al igual que muchos otros hombres, y entre ellos mucha gente
joven, don Juan abandonó el lugar donde se crió, las tierras castellanas, para
ir a luchar contra el Infiel y contra la herejía, compartiendo de esa manera
un mismo destino vital.
En
tercer lugar, la nueva política militarista adoptada por el gobierno del Conde-Duque,
tras un periodo de paz “caliente” prolongada durante el reinado de Felipe III
y sus validos, generó la necesidad de entroncar con las gestas de los grandes
militares previos a los acuerdos de paz firmados durante los primeros años de
la centuria. Como el Turco había dejado de constituir una amenaza seria para
los intereses de la Monarquía, el verdadero centro de atención para los publicistas
de la Monarquía pasó a ser la situación de los Países Bajos, que se había convertido
en un doble problema de carácter político y religioso que de nuevo les ponía
en contacto con la Europa de mediados del XVI.
Dentro
de este complejo marco se circunscriben las tres primeras obras de carácter
biográfico sobre don Juan de Austria. Podemos observar como todas ellas siguen
unos patrones muy similares en relación con los temas tratados o con el enfoque
que pretenden dar. Las diferencias son casi imperceptibles, a excepción del
propio estilo narrativo, ya que los condicionantes impuestos por la coyuntura
del momento en que son escritas obligan a ello. Los tres autores pertenecen
al estamento eclesiástico, aunque de sectores y ámbitos bien diferenciados.
Encontramos a Lorenzo Vander Hammen,
vicario de Iuviles en Madrid, a Baltasar Porreño,
párroco rural de la diócesis de Cuenca, y al padre Ossorio, miembro de la Compañía
de Jesús, y que escribió su obra más tardíamente.
Desconocemos si los dos primeros tenían algún tipo de relación entre ellos,
a excepción de la estamental. A pesar de ello lo que sí podemos afirmar es que
escribieron sus obras desconociendo que la misma empresa la estaba llevando
a cabo el otro autor ya que, por ejemplo, Porreño nos dice en su nota al lector
que: “... apenas la hube concluido, tuve noticia de que dos grandes historiadores
habían empleado el caudal de sus ingenios en este mismo asunto de pocos días
a esta parte. No he visto sus obras, porque no han salido á luz y porque vivo
retirado en una humilde aldea. Pódrase decir con razón de los tres que habemos
ocupado el tiempo en una misma empresa: tres sumus in bello ...”.
En este fragmento se nos informa que existe un tercer autor que también llegó
a escribir una biografía sobre don Juan de Austria, pero actualmente desconocemos
quien era puesto que no se ha conservado constancia escrita.
Gracias
a la afirmación de Porreño y a que disponemos de la fecha en que se publicó
la obra de Vander Hammen, podemos asegurar que ambos títulos fueron redactados
entorno al año 1627. A pesar de ello nos es imposible llegar a la precisión
de dilucidar cuál de ellos fue el primero.
Al margen del marco cronológico y centrándonos en los aspectos estrictamente
historiográficos de las tres obras, podemos observar como en todas ellas el
gran foco de atención es el tramo final de su vida, los meses que pasó don Juan
en los Países Bajos como gobernador. A pesar que su estancia allí apenas duró
un par de años tanto Porreño, como Ossorio y Vander
Hammen dedican para ello la mitad de la extensión de sus obras. Esta clara manifestación
de lo que constituía la verdadera preocupación de la España reputacionista queda
bien reflejada por los intentos de vehicular la geopolítica del siglo XVII con
los tiempos de don Juan de Austria.
1.2
El positivismo de la Restauración
De nuevo la coyuntura de una España en plena decadencia, que vive más del recuerdo
del pasado que del vitalismo del presente, tan bien reflejada por la generación
del 98, sirve como escenario para la recuperación de la figura histórica de
don Juan.
Habían habido algunos tímidos intentos a finales del siglo
XVII pero la elevación de la Historia a la
categoría de ciencia por parte de la escuela alemana, constituyó un primer avance
a la hora de poder replantearse la verdadera naturaleza de don Juan de Austria.
Antes de llegar a los Rodríguez Villa, Menéndez Pelayo o Modesto Lafuente, todas
ellas figuras clave en la historiografía de la Restauración, diversos autores
extranjeros abrieron el camino en la investigación. En 1826 Luis Dumesnil publicó
una obra, con igual título que la de Monplainchamp, tildada por el académico
Antonio Rodríguez Villa de “...tan incompleta, indocumentada y falta de crítica...”
como la de Bruslé de Monplainchamp. Así mismo, en 1865, Guillermo Havemann publicó
en Gotha “Das leven des Don Juan de Austria”, y en 1889 Van Arenbergh
dedicó un articuló monográfico a don Juan en “Biographie Nationale publiée
par l’Academie Royale des Sciences, des Lettres et des Beaux-Arts”. Mención
especial merece el que fuera durante 35 años director de los archivos reales
belgas, Louis-Prosper Gachard, quien en 1865 publicó en Bruselas “Don Juan
d’Autriche”. Morel Fatio también recoge diversa documentación
relacionada con don Juan en “L’Espagne au XVIè et au XVIIè siècle: documents
historiques et littéraires” (1878).
Fue
el historiador británico William Stirling Maxwell el primero en plantear una
biografía completa del hijo natural del Emperador Carlos desde la perspectiva
de los nuevos planeamientos científicos. Al margen de estar destinado a un público
erudito para la época y de alto poder adquisitivo debido al lujo y al volumen
de la edición, con su “Don John of Austria, or passages from the history
of the sixteenth century (1547-1578)”, publicado por primera vez en Londres
en 1885, analiza por completo el espectro biográfico de don Juan mostrando especial
interés, al igual que los autores castellanos del siglo XVII, en los dos años
que don Juan pasó en los Países Bajos. A diferencia de los Vander Hammen, Porreño
y Ossorio, el interés por ese periodo viene dado por la vinculación existente
entre la presencia de don Juan en esos territorios y sus planes de invasión
de Inglaterra con el fin de reinstaurar el catolicismo tras derrocar a Isabel
I, coronar a María Estuardo y, posteriormente, casarse con ella.
En el ámbito español el estudio decimonónico sobre don
Juan también se caracteriza por la compilación de documentación referente a
él, especialmente fondos epistolares, o sobre alguno de los sucesos históricos
en los que se vio inmerso. En este sentido encontramos la “Colección de documentos
inéditos relativos a la célebre batalla de Lepanto, sacados del Archivo General
de Simancas” (1847) de José Aparici, la obra de Cayetano Rosell “Historia
del combate naval de Lepanto y juicio de la importancia y consecuencia de aquel
suceso” (1852) o la de Alberi, “Relaciones de los embajadores venecianos
en el siglo XVI”. Tampoco hemos de olvidar la titánica labor de CODOIN ya
que a lo largo de toda la centuria también fue publicando algunos documentos
referentes a don Juan. También tenemos noticias que Modesto Lafuente, uno de
los nombres importantes en la historiografía española, realizó diversas investigaciones
en Simancas sobre la madre de don Juan y que fueron publicadas por “Revista
Española de Ambos Mundos”.
La precitada crisis existencialista que padeció la sociedad
española a lo largo de la regencia de María Cristina, y cuyo colofón sería la
pérdida de las últimas posesiones coloniales entre 1898 y 1899, fue el marco
detonante de la recuperación de la obra de Porreño en 1899 a cargo del académico
Antonio Rodríguez Villa y por medio de la Sociedad de Bibliófilos Españoles.
Aparte de la recuperación, Rodríguez Villa aprovecha la edición para incluir
un anexo con la transcripción de un centenar de documentos en relación con Don
Juan. Así mismo, también realizó el prólogo de la obra en donde, aparte de realizar
un profundo balance de la historiografía habida hasta la fecha sobre el personaje,
expone de forma magistral las motivaciones que le habían llevado no sólo a recuperar
la obra de Baltasar Porreño sino, principalmente, a la figura de Don Juan de
Austria. Para Rodríguez Villa don Juan representa, en pleno proceso de crisis
política y de fortalecimiento y consolidación de la estructura del edificio
nacionalista español, la encarnación del pueblo y del sentimiento nacional.
Para ello recurre a la interrelación de las diversas etapas biográficas de don
Juan con los diversos componentes de la sociedad española de 1899. Por un lado
nos presenta el don Juan niño, conocido como Jeromín, criado en Leganés entre
el pueblo más llano. Luego viene el don Juan de la etapa de Villagarcía de Campos
y de la Corte del Rey Prudente, educado entre la nobleza y en el ámbito universitario
de Alcalá de Henares. Por último, el don Juan adulto, el gran marino, el gran
general, el piadoso cristiano que, para Rodríguez Villa, constituye en su esencia
el arquetipo del sacrificado en aras de la patria. Ese es el destino y el orgullo de todo
español en la coyuntura del 98.
1.3
El ansia del Imperio
La victoria
de los sectores más conservadores de la sociedad española en la Guerra Civil
(1936-1939) dio paso a una revisión total de los planteamientos historiográficos
existentes. La necesidad de crear un entramado ideológico totalitario que definiese
a España como una entidad política con una única y verdadera historia encaminó
a los ideólogos del “Nuevo Estado” a buscar en la época de los Austrias Mayores
–Carlos V y Felipe II- los referentes históricos necesarios para constituirse
como una nueva sociedad legitimada por la senectud de los siglos. El resultado
de todo ello fue la desaparición de la metodología en favor de la demagogia
política y del totalitarismo de carácter facistoide presentes en el discurso
oficial a lo largo de casi dos décadas.
De nuevo don Juan respondía a las características exigidas por una sociedad
española en crisis. En un periodo de dificultades, como fue la posguerra, y
con el prisma adecuado don Juan respondía perfectamente al modelo de héroe que
propugnaban los nuevos próceres del Estado. La definición del perfecto sufrido
español debía responder a un esquema tripartito que actuaba a su vez como sustento
arquitectónico de la nueva sociedad de posguerra: familia, religión y Estado.
Bajo estos principios los diferentes autores que trataron a don Juan perfilan
una imagen en la que se exageran de forma deliberada todos los rasgos interesados
hasta el punto de acabar constituyendo el monopolio del discurso. El acientificismo
del que hacen gala Ferrandis Torres
o Tomás Crame
contrasta con el intento de Ibáñez de Íbero
por conseguir una biografía acorde con el ideario franquista pero sin renunciar
por ello a la puesta en práctica de una metodología científica.
El balance que se obtiene de todo ello es el de una historiografía pobre en
cuanto a contenido pero rica en ideario. El barroquismo de su redacción, presente
por el abuso de la metáfora y de los juegos lingüísticos, unido a la falta de
rigor científico provoca la aparición de un estilo estrictamente narrativo y
su posterior transformación en relato literario prescindiendo por completo de
elementos descriptivos o de análisis de los diferentes hechos históricos.
Es sintomático que la sombra de Carlos V planee constantemente sobre la figura
de don Juan en estos momentos de posguerra. La identificación de la idea imperial
franquista con el Imperio Carlos V, hispanizado con el ordinal I, ve en el talante
de su hijo natural, su continuación. Para esta generación “...Carlos I había
dado principio a la segunda etapa del Imperio Hispano, la de carácter universal.
El águila bicéfala extendía su majestuoso vuelo por el orbe; nuestros soldados
se imponían en los campos de batalla...”.
En comparación con historiografías anteriores se produce un elemento novedoso.
El centro de atención va desplazándose radicalmente de los años del gobierno
de los Países Bajos hacia la juventud de don Juan y las jornadas al mando de
la Liga Santa.
La preocupación por la niñez y adolescencia del hijo del César, que comprendería
desde su convivencia con los Quijada en Villagarcía hasta su reconocimiento
como miembro de la familia real por parte de su hermano pasando por las jornadas
de Yuste al lado de un emperador moribundo, responde al interés por mostrar
al don Juan identificado con los valores familiares propugnados por el nuevo
régimen. Por un lado se intenta demostrar que, a pesar de las circunstancias,
la familia constituía el núcleo de la sociedad, por otro se inculca el principio
de subordinación entendido en un doble sentido: la subordinación paternal -Carlos
V como padre y Felipe II como el hermano mayor que sustituye al padre- y la
subordinación política, la identificación de ambos monarcas con el Estado que
supedita al individuo a los dictámenes de sus intereses. La cada vez mayor presencia
que adquiere la mocedad de don Juan entronca con el sustrato que dejó la novela
del padre Coloma
a principios de siglo y que relata las aventuras de su niñez. Si en cuarenta
años apenas encontramos un par de ediciones de la obra la cifra se triplica
coincidiendo con la posguerra. La década de los cuarenta e inicios de los cincuenta
significó el gran momento para la novela llegándose incluso a realizar una versión
cinematográfica a cargo de Luis Lucía.
En la biografía de don Juan los episodios concernientes a la Rebelión
Morisca de las Alpujarras (1568-1570), tratados con un escaso interés, la Liga
Santa incluyendo el referente cervantino de la batalla de Lepanto, con una mayor
presencia respecto a autores anteriores, y los años del gobierno en los Países
Bajos, cada vez con un interés menor, y recibiendo un trato heredado de la historiografía
más españolista de la Restauración, constituyen una idealización de lo militar
y de las virtudes cristianas de don Juan gracias a la exaltación del militarismo
ligado a la confianza que otorga el predeterminismo divino.
1.4
El presente: un camino de sombras
y confusión
Si a lo
largo de las tres últimas décadas hemos asistido a una proliferación de las
monografías dedicadas a don Juan de Austria
no podemos establecer la misma línea ascendente en lo que se refiere al nivel
cualitativo. Deberíamos hablar de una irregularidad persistente que discurre
hacia una situación de confusión generalizada.
El origen
de ese estadio final es la escasa innovación sobre el tema que aportan los diferentes
estudios. En su gran mayoría los conocimientos que aportan son producto de las
relecturas de autores anteriores y, en el mejor de los casos, se recurre a la
reproducción y al abuso de las crónicas de época para recrear algunos pasajes.
La falta
del rigor, del que quizás sólo se salven Petrie
y Bartolomé Bennassar, aunque también contribuyen a su manera en el proceso
actual, moldea un perfil de don Juan muy dispar y distorsionado en todas sus
facetas, evolucionando desde el héroe sinpar que nos presentan Sir Charles Petrie
o Vaca de Osma hasta llegar al personaje de Bennassar profundamente condicionado
por los avatares históricos que le toca vivir.
2.-
De la Leyenda Rosa a la mediocridad:
perspectivas y contrastes
La caída
en desgracia de algunos de los planteamientos historiográficos dominantes hasta
hace apenas una década, unido a un fuerte proceso de anquilosamiento por parte
del resto de paradigmas historiográficos, ha favorecido la revisión de viejos
planteamientos y definiciones dentro del campo de las Ciencias Sociales que,
con el paso de los años, habían alcanzado la categoría de dogmáticos.
Don Juan
de Austria ha sido objeto de uno de esos procesos revisionistas, un lavado de
imagen que a diferencia de su hermano Felipe
ha sufrido un proceso de atonía de la leyenda rosa que impregnaba sus biografías.
¿Cuáles han sido los aspectos que han incidido en ese proceso?. Intentaremos
analizar algunos de ellos en las siguientes líneas.
2.1 El
misterio de la maternidad
A día
de hoy parece quedar claro que Bárbara Blomberg fue la persona que trajo a este
mundo a nuestro personaje en la ciudad alemana de Ratisbona. La cuestión no
ha de quedar zanjada en este punto, ¿quién era Bárbara Blomberg?. La pregunta
puede parecer muy inocente pero no debemos dejarnos llevar por la simplicidad
del enunciado. El espinoso trasfondo que se esconde en ella afecta de forma
directa no sólo a la propia reputación de don Juan sino que también repercute
en la del propio emperador Carlos.
Su identidad,
el quién era socialmente, ha sufrido una dinámica de carácter regresivo en cuanto
más nos acercamos al presente. No fue hasta bien entrado el siglo XVII,
con la obra del padre Ossorio, cuando se menciona por vez primera el nombre
de Bárbara Blomberg. Para los autores del periodo, la madre debía ser una persona
notable socialmente y de ascendente nobilísimo que, en parte, fuera capaz de
diluir el fantasma de la bastardía. A pesar de ese consenso se advierte una
pequeña revelación en el manuscrito del padre Ossorio: el anonimato materno
defendido por Vander Hammen y Porreño,
producto de la ignorancia o bien de la cautela, es matizado por Antonio Ossorio
al sacar a colación el nombre de Bárbara Blomberg en condición de nodriza y
tapadera de una dama perteneciente a la alta aristocracia germana.
Parece
ser que Famiano Strada
fue el primero en darle nombre a esa noble germana a raíz de una confidencia
dada por el Cardenal de la Cueva, que a su vez lo había oído de labios de la
Infanta Isabel Clara Eugenia, hija y confidente de Felipe II. Según esa noticia,
la hija del Duque de Baviera es quien se esconde bajo la máscara del anonimato.
A pesar de rechazar tal afirmación, Stirling Maxwell sigue dando crédito al
carácter noble de la madre de don Juan identificando a la Blomberg ya no como
miembro de una nobleza de carácter imperial sino como integrante de la pequeña
o mediana nobleza local de Ratisbona.
Durante
la presente centuria se ha tendido a considerar a Bárbara Blomberg como hija
de algún miembro de la comunidad burguesa de Ratisbona. Sin oficio conocido,
se ha apuntado la posibilidad que fuese una cantante
o bien hija de algún fabricante de cinturones.
Esa supuesta condición burguesa se pone en entredicho en la afirmación llevada
a cabo por Bennassar en la más reciente obra dedicada a don Juan de Austria.
Para el hispanista la Blomberg no sería más que una vulgar prostituta,
condición reafirmada por diversos motivos: el primero surge a partir de la relectura
de los apartados dedicados a esta mujer en las diferentes biografías sobre don
Juan. En casi todas ellas lo único en lo que se muestran unánimes los autores
es que se trataba de una mujer joven, físicamente bella y con unas excelentes
dotes para el canto. De antemano estas características no implican la condición
de ramera pero, si avanzamos unos años en su propia biografía vemos como los
hechos parecen confirmar el supuesto. Hasta el día de su muerte en Colindres
en 1598, está documentado que la Monarquía de Carlos V y de Felipe II la tuvo
totalmente controlada. En primer lugar se la casó con un comisario del ejército
imperial con el que tuvo dos hijos. A la muerte de éste en 1568 la renta dejada
por Carlos para su manutención había quedado desfasada debido a sus excesos
y son conocidos los informes elaborados por agentes de la administración real
en los que se expone la facilidad que poseía en cambiar de amante, amén de unas
extrañas amistades con la propietaria de una mancebía de Amberes.
2.2 El
gran hermano Felipe
Cuando
Felipe II alcanzó la dignidad real en 1556 lo hizo en calidad de heredero y
único hijo varón de Carlos V, desconociendo por completo la existencia de don
Juan. No fue hasta la muerte del Emperador, en septiembre de 1558, cuando su
gran secreto salió a la luz pública. La postura de Felipe ante esta situación
fue la de reconocer al niño como su hermano e integrarlo en el seno de la familia
real. Para ello no sólo le cambió el cariñoso nombre de Jeromín por el más pomposo
de don Juan, además le creó una Casa propia en la Corte con una asignación anual
de quince mil ducados, cantidad que la convertía en la primera después de la
del Rey y por delante de la del Príncipe de Asturias.
La resolución
de un problema estrictamente familiar en un círculo de poder, como el que constituían
los Habsburgo, supuso su inmediata traslación a la esfera de lo político. La
relación habida entre don Juan de Austria y Felipe II ha de plantearse y comprenderse
desde la doble perspectiva que supone lo familiar y lo político.
Podríamos
decir que el distanciamiento fue la tónica general entre ambos hermanos. Pero
si el resultado final de ese proceso degenerativo es común no sucede lo mismo
con sus respectivos puntos de partida. En lo que concierne al don Juan adolescente
predomina el respeto a la autoridad, al hermano mayor que desarrolla el rol
de aquel padre al que nunca llegó a conocer como tal. En la mismos años Felipe
desarrolla una doble actitud: primero muestra su cariz más paternalista, como
los ya precitados hechos de la aceptación de don Juan como hijo de Carlos y
la asignación de una serie de rentas que permitiesen asegurar su posición, pero
a su vez encontramos a un Felipe desconfiado producto del propio carácter rebelde
e impulsivo de don Juan. Con el paso de los años la relación se va deteriorando
con la inclusión de nuevos elementos y nuevos personajes que la mediatizaron
en favor de sus propios intereses, llegando al punto en que de la primitiva
y bisoña desconfianza de Felipe y del respeto de don Juan en la década de los
60 se pasa a una desconfianza mútua que traspasa los límites de lo personal
para instalarse en el ámbito de la política.
Todos
los indicios parecen apuntar 1574 como el punto crucial en el que se produjo
la ruptura definitiva entre los dos hermanos. Por un lado, encontramos toda
una serie de causas, como el abandono de la República de Venecia de la Liga
Santa y una creciente falta de liquidez de la hacienda castellana como antesala
a la bancarrota de 1575, que comportaron la reducción de las partidas presupuestarias
destinadas a la empresa bélica y que se tradujeron en la pérdida militar de
las plazas norteafricanas de la Galera y Túnez. Por el otro, las ansias de poder
in crescendo de gente como el secretario personal de don Juan, Juan de
Escobedo, y del secretario real Antonio Pérez, actuaron como auténticos dinamitadores
de la relación familiar hasta el punto de involucrar a los dos hermanos. Los
últimos cuatro años de la vida de don Juan estuvieron marcados por las intrigas
de estos dos personajes. La mayoría de sus biógrafos han obviado un hecho, que
a mi entender, no ha sido lo suficientemente valorado. Las diversas reclamaciones
que don Juan realiza ante Felipe II para ser reconocido con la dignidad de “Alteza”
en vez del de “Excelencia” trasgreden los aspectos estrictamente de protocolo
dilucidando un conflicto de intereses por el control del poder, enmarcados dentro
de las disputas internas entre las diversas facciones de la Corte. ¿Es que acaso
don Juan iba a mantenerse al margen de las mismas? ¿Cuál hubiera sido su postura
ante un supuesto vacío de poder tras la muerte de don Carlos (1568), durante
la ausencia de un heredero (1568-1571) o durante la minoría del infante Fernando
(1571-1578)? De forma inconsciente, don Juan había pasado a convertirse en la
década de los 70 en una pieza fundamental dentro del organigrama de los Habsburgo
hispanos y de ello se dieron cuenta todos los grupos que integraban la Corte
del Rey Prudente.
No me
gustaría acabar este punto sin constatar que, para una mejor comprensión de
las relaciones entre ambos hermanos, es necesaria la contraposición entre la
evolución de la imagen historiográfica de don Juan y la de Felipe II.
Con ello no sólo lograremos observar los puntos convergentes entre ambas biografías
y el trato que le ha dado la historiografía en general, sino que además seremos
capaces de observar las mutuas divergencias propias de dos personas que comparten
un medio común.
2.3 Las
aptitudes políticas y militares de don Juan
La mayoría
de los biógrafos de don Juan han tendido ha ensalzar sus valores políticos y
militares tras caer en el error de aplicar la ecuación “victoria igual a gran
general”.
Desde
su primer mando estuvo siempre rodeado de un nutrido y experimentado consejo
militar integrado por auténticos profesionales de las armas. Su inexperiencia
al frente de las tropas habían obligado a Felipe II a adoptar la fórmula de
conceder a su hermano la titularidad del mando pero delegando el peso de las
operaciones en ese Consejo Militar, que tenía como misión frenar los impulsos
temerarios de don Juan y evitar que malgastase tropas, dinero y recursos.
Para poder apreciar su importancia no hace falta más que llevar a cabo una rápida
inspección a los nombres que nos aparecen durante la Rebelión Morisca de las
Alpujarras (1568-1570): don Luis de Requesens, el duque de Sessa, el marqués
de los Vélez, Diego de Deza, el arzobispo de Granada Pedro Guerrero, el marqués
de Mondéjar, don Luis de Quijada, etc.
El segundo gran episodio bélico protagonizado por don Juan de Austria fue la
capitanía de la Liga Santa y la batalla de Lepanto (1571). Ya hemos podido apreciar
con anterioridad el gran interés que despertó este episodio entre sus contemporáneos
y como, a posteriori, descendió a un segundo plano hasta la recuperación llevada
a cabo por Braudel.
Pero de nuevo lo más interesante es apreciar como, primero por la propia naturaleza
de la Liga y, segundo, por el interés por controlar a su hermano de Felipe II,
don Juan se encuentra rodeado de los mejores militares de la época. La nómina
de personajes vuelve a hablar por sí sola: Sebastián Veniero representando a
la República de Venecia, Marco Antonio Colonna al Papado, Juan Andrea Doria,
Luis de Requesens y Alejandro Farnesio a la Monarquía Hispánica, etc.
Hasta entonces, el genio militar de don Juan se encontraba eclipsado por terceras
personas, por lo que el mejor capítulo para estudiar las aptitudes militares
de don Juan es durante su estancia en los Países Bajos (1576 – 1578). Estando
las relaciones con su hermano muy deterioradas, recibe con desagrado la orden
de abandonar Italia para dirigirse a los Países Bajos y ocuparse de su gobierno.
Felipe II le ponía al frente de un encargo extremadamente difícil y en la que
ya habían fracasado hombres como el duque de Alba o Luis de Requesens. El monarca
había pensado que la mejor solución para conseguir la pacificación de aquellas
tierras era enviar algún miembro de la familia real, tal y como había hecho
Carlos V en 1531 enviando a su hermana María de Hungría. Años antes de estallar
la revuelta de 1568 se había pensado en enviar al príncipe Carlos, pero la frágil
salud del heredero trastocaron los planes iniciales. En plena rebelión Felipe
II se replanteó la posibilidad de enviar un miembro de su familia. Tras la muerte
de don Carlos los únicos que reunían las condiciones necesarias eran don Juan
y Alejandro Farnesio. La novedad de este mando se centra en que es la primera
y única vez en la que don Juan asume el mando plenamente. Don Juan era consciente
de la dificultad y del fracaso de sus antecesores en una misión que se había
convertido en su tumba política y física. La visión que se ha dado sobre su
presencia y su gobierno han ido evolucionando desde la beligerancia que muestran
los primeros autores que tratan su figura hasta la vía del pactismo consensuado
por su hermano Felipe, lo que implicaría un don Juan ejecutor de las órdenes
dispensadas desde Madrid. La perspectiva más pintoresca es, sin duda, la dada
por la historiografía franquista, que ensalza los valores católicos de don Juan
para convertirle en un referente para la “Cruzada” franquista. En lo único que
coinciden todos los autores es que don Juan siempre recurrió a las armas como
respuesta a las provocaciones de los rebeldes holandeses o de los agentes ingleses
o franceses, nunca por iniciativa propia. De forma paralela, los estudios más
recientes parecen demostrar que las campañas militares que llevó a cabo con
éxito no fueron mérito suyo sino de Alejandro Farnesio.
Como dijo en su día el doctor Marañón: “... don Juan no era sin duda un genio
de la política ni de la táctica guerrera ...”,
a lo que Bennassar añadió “... la fama de don Juan, la admiración que le
dedicaron sus coetáneos fue un fenómeno repentino, súbito resultado de una hazaña
única: la victoria de Lepanto ...”.
Quizás lo que más ha pesado sobre la fama militar de don Juan no sea tanto Lepanto
o sus supuestas victorias en los campos de batalla, sino el hecho de ser hijo
del Emperador, y encarnar la imagen y los valores militares que su hermano el
rey era incapaz de transmitir.
En cuanto a la política, los sucesos de 1577 y 1578 hablan por sí solos
sobre las capacidades políticas de don Juan. En el verano de 1577, apenas unos
meses más tarde del Edicto Perpetuo y de la salida de las tropas de Farnesio
hacia Italia, don Juan decidió atacar la plaza de Namur. Había optado por volver
a la política agresiva de Alba ante el temor a quedarse sin recursos, ya que
no tenía ejército que lo protegiese. Felipe II aprobó ese viraje en la política
de don Juan porque “...era necesario hacer concesiones a los Estados, pero
con un ejército para garantizarlos...”.
Tras el ataque a Namur el ejército de Farnesio volvió a entrar en los Países
Bajos. El ataque de don Juan venía a demostrar que él no era el hombre adecuado
para llevar a cabo un proceso de pacificación. Sin la presencia de un ejército
en el terreno no era nada.
La entrada de las tropas hispanas provocó que, en el primer semestre de 1578,
Inglaterra se involucrase de forma directa en los asuntos de los Países Bajos
dotando con dinero a los rebeldes. Los Estados Generales, con el respaldo de
la Reina Isabel, depusieron a don Juan como gobernador acusándolo de romper
la paz.
2.4 Los enigmas sobre la muerte de don Juan
El año 1578 fue un auténtico infierno para don Juan de Austria. En primer lugar
porque padecía síntomas de agotamiento ya que trabajaba día y noche,
lo que facilitó su debilitamiento físico. En segundo lugar, con el asesinato
de su secretario en Madrid desarrolló una psicosis que le llevó a pensar en
una conspiración contra su persona dándole pie para considerarse la próxima
víctima. El temor a ser asesinado o a ser raptado hizo que, en Julio de 1578,
sustituyera su guardia flamenca por mercenarios alemanes.
Don Juan murió entre el 1 y el 7 de Octubre de 1578 en Namur. Las causas de
su muerte han dado juego a todo tipo de especulaciones. Desde un asesinato ordenado
por su hermano, como decía Guillermo de Orange, hasta la angustia por una mujer,
según los románticos. Otros apuntan también a una enfermedad contraída en Italia.
Estas causas entran más dentro de la mitología popular que no en el plano científico.
Sobre la primera, Guillermo de Orange defendió esa teoría dentro de su guerra
publicista contra Felipe II; sobre la causa de la enfermedad venérea no hay
pruebas y por la angustia de una mujer es más propio de los folletines rosas
que de una explicación racional.
Las causas de su muerte que se barajan como más probables son tres: envenenamiento,
tifus exantemático y/o peritonitis.
a)
Envenenamiento: Esta teoría sólo está presente en los autores
más antiguos, como Porreño y Vander Hammen. Para Porreño, tras la autopsia,
era más probable que la causa fuera el veneno que no el tabardillo (tifus exantemático),
aunque también añade que hacía más de un año que no purgaba la sangre de sus
almorranas.
Vander Hammen nos describe el estado del cuerpo de don Juan, tanto exterior
como interiormente. Llega a la conclusión de que el envenenamiento era posible
aunque apunta que el tabardillo compartía los mismos síntomas que los que se
podían apreciar en su cuerpo.
b)
Tifus exantemático o tabardillo: Es la teoría de Lynch y desde
luego la más convincente.
En un país devastado por la guerra, como eran los Países Bajos, con una climatología
húmeda y una gran superficie de terreno encharcado y de aguas corrompidas, uno
de los males endémicos era el tifus. don Juan no pudo escapar de la enfermedad
debido a su agotamiento físico y a la debilidad de su organismo.
c)
Peritonitis: Esta causa la apunta Petrie. Aunque reconoce que
don Juan contrajo el tifus argumenta que, según un estudio médico de los años
50-60 de este siglo, el tifus le provocó una peritonitis muriendo a causa de
ella.
De todo esto
se deduce que, desechando la opción del envenenamiento, Don Juan murió
de tifus, si no directamente, sí indirectamente.
Tras el óbito
todos los autores hacen referencia a las pompas fúnebres, unos con mayor gloria,
como Vander Hammen,
y otros clamando al cielo porque “...¡Con Don Juan muerto se le mustian las
palmas y laureles a la victoria española!. ¡Sin Don Juan, Flandes se pierde!...”.
Al llegar a la
Corte los archivos de don Juan en la primavera de 1579, Felipe II comprueba
que a pesar de las acciones protagonizadas por su hermano éste le había sido
totalmente fiel y que las maquinaciones de Pérez eran simplemente eso, maquinaciones.
En Mayo decidió resarcirse mandando cumplir la última voluntad de don Juan,
que era reposar junto a Carlos V. Se exhumaron los restos que se encontraban
en la catedral de Namur, se descuartizaron y se trajeron en secreto hasta El
Escorial, donde se hicieron grandes honras fúnebres. Allí está y sigue enterrado
cerca de su padre, cerca de su hermano, con el resto de infantes de la Monarquía.
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