«IL DIVOTISSIMO SIGNOR CONTE DI PEGNARANDA, VICERÉ CON
LARGHISSIME SOVVENZIONI»: LOS FINES POLÍTICOS DEL MECENAZGO RELIGIOSO DEL CONDE
DE PEÑARANDA, VIRREY DE NÁPOLES (1659-1664)
Ida MAURO
Universitat
Autònoma de Barcelona
A mediados del siglo XVII
la situación del Reino de Nápoles estaba caracterizada por una gran
inestabilidad a diferentes niveles: la recién acabada rebelión, con la sucesiva
intervención militar francesa, todavía dejaba rastros visibles de su paso; las
guerras de la corona española en diferentes frentes pesaban sobre las arcas del
virreino, pero al mismo tiempo el comercio daba señales de una tan imprevista
como deseada recuperación, portadora de buenos presagios para un futuro
inmediato. En el aspecto social, en cambio, la ciudad seguía al borde del
colapso: Nápoles, capital superada sólo por París en número de habitantes,
contaba con casi 300.000 ciudadanos, que vivían hacinados sobretodo en los
barrios pobres de Carmine, Forcella, Lavinaio y Mercato, en condiciones
higiénico-sanitarias totalmente inadecuadas, mientras los recién llegados de
las provincias del interior se apiñaban alrededor de las murallas. De hecho,
refugiarse en la capital era para muchos habitantes de los campos meridionales
-por sus privilegios fiscales y mejor abastecimiento- una manera de escapar del
yugo de un feudalismo cada vez más pesado y de la sumisión a los poderosos
«baroni», que exprimían sus posesiones en el interior de la península para
financiar sus nuevos y pomposos estilos de vida en la corte virreinal.[1] En el
ámbito económico, gracias a la hábil política «selectiva» del virrey conde de
Oñate y a la dura firmeza de su sucesor (el conde de Castrillo), Nápoles había
recuperado en pocos años su importancia como eje comercial del Mediterráneo. No
había, entonces, ningún interés por prestar atención a las amenazas de contagio
de peste que llegaron desde diferentes partes, cuando, en 1655, la infección se
difundió por la económica y políticamente vecina, Cerdeña: lo importante era seguir fomentando el
crecimiento del comercio. El conde de Castrillo fue el primero en pecar de
omisión acerca de esto, no declarando el «stato di calamità» hasta que la peste
había empezado a causar centenares de víctimas cada día. El
resultado fue terrible:
“quel 1656 avrebbe segnato per il Mezzogiorno d’Italia
la fine di “un mondo”, ossia quello delle strutture politiche, materiali,
culturali che, pur faticosamente, s’erano realizzate a partire dalla prima metà
del Cinquecento. Nulla, dopo quell’annus
horribilis, sarebbe stato come prima. La morte quasi simultanea, nella
capitale come nelle province, dei tre quinti della popolazione travolse poteri
e gerarchie, precludendo così ogni possibile modernizzazione.”[3]
También aquella última recuperación económica
vislumbrada por Nápoles parecía ahora perdida para siempre.[4] Sin
embargo, era un contagio tal vez inevitable que llegaba a la capital con mucho
retraso, si tenemos en cuenta que se trataba de la misma ola de muerte que
arrasara Milán 25 años atrás (en el 1631), que varias veces se había acercado a
la ciudad sin afectarla,[5] y que parecía haber sido
anunciada antes por oscuros presagios religiosos (estatuas que sangraban,
imágenes que palidecían y profecías de monjas muertas en olor de santidad, como
Suor Orsola Benincasa). Las
consecuencias “morales” de la revolución del 1647 todavía se acusaban: la peste
venía interpretada como la nunca acaecida punición masiva a la represión de la
revuelta del conde de Oñate.[7]
Para superar esta situación no quedaba otro remedio
que dirigirse a la divinidad. Podemos ver, pues, en los años sucesivos a aquel
trágico 1656, con cuánta pompa se arreglan fiestas y procesiones como
agradecimiento a la Virgen (y a cualquiera de los 47 patronos del «pantheon» de
Nápoles) por la liberación de la peste. A las grandes fiestas en honor de San
Jenaro de septiembre de 1656 (justo un mes después de que cesara el contagio),
siguieron numerosas celebraciones, culminadas en diciembre 1659 con las de la
Inmaculada Concepción, descritas por el padre Antonio Rossa (Relazione della sollennissima festa fatta in Napoli all’Immacolata Concettione di Maria
per lo scioglimento del voto fatto dalla medesima città nell’anno del contaggio).
El nuevo virrey, Gaspar de Bracamonte y Guzmán, conde de Peñaranda [Figura 1.
Ver Metadatos], sucedió en enero de
1659 al conde de Castrillo y fue el representante del gobierno español en esta
última fiesta de aspecto tan “institucional” (los Habsburgo impulsaron mucho el
culto de la Inmaculada)[8]. «El
Peñaranda», después de una primera temporada un tanto rígida (véase, por
ejemplo, su interés en conferir a personajes españoles los cargos políticos más
importantes), fue recordado por sus coetáneos por su «splendidezza» y sobretodo
por su religiosidad y peculiar generosidad hacia las órdenes religiosas. No
sabemos cómo el nuevo virrey habría gobernado en momentos trágicos como los de
la peste, pero hay que considerar la impresión que provocaba en los napolitanos
ver a un regente como él, ya entrado en años, arrodillarse para rezar en el suelo
(rechazando el suntuoso reclinatorio engalanado para él)[9] en
años en los cuales la avidez y el egoísmo manifestados por la mayoría del clero
durante la peste todavía causaban resentimientos[10]. Por
esto encontramos el nombre de «Sua Eccellenza» siempre acompañado por los
adjetivos «pio», «piissimo», «religiosissimo» en todas las fuentes, y también
en los Giornali escritos por el
atento y crítico Fuidoro, donde leemos el siguiente episodio sucedido en el
Palacio del virrey:
“Tre soldati spagnoli giudiziosi (sic)
salirono nel passato mese alle scale del Regio Palazzo, et in uno delli
corridori di esso aspettarono don Antonio Velasco, cognato del viceré
Pignoranda, al quale cercorno alcuna cosa per comprarsi da mangiare. Arrestò il
Velasco a questa dimanda, replicandoli che non poteva bastare ad una persona
sei grana di soccorso il giorno, in tempo che li toccavano venticinque grana a
testa il giorno, perché tanto li dava S. M. Il Velasco atteso questo prima con
dire che lui averìa fatto di modo che si fusse riparato con ogni consuolo di
essi questo fatto, lo narrò al viceré suo cognato, il quale mandò subito a
chiamare il maestro di campo generale e disseli: “Come va, Pedro Gonzales? El
socorso no se paga à los soldados, como dizen, que se le dà seys granos”. Rispose
il Gonzales che Sua Eccellenza teneva
situate l’elemosine mese per mese alle chiese e frati delli stessi denari del
soldo alli soldati. Versava veramente il viceré assai denari per l’elemosine.
Alli Padri Scalzi di Santa Teresa di Chiaia donò docati tremilia per farli
finire la chiesa, alle monache di San Gioseppe cappuccine a Pontecorvo
similmente donava assai et altre molte situate il mese e si pigliava venti
docati per ogni compagnia a segno che li capitani facevano li loro arbitri
scarsamente e li colonelli e capitani alemani, che anco erano in Napoli, non
erano corrivi, atteso che ogni loro soldato aveva cinque grana di nostra
moneta.”[11]
Según las
palabras de Fuidoro parece evidente que, sea por su peculiar «sensività»[12], sea por su formación (el conde había cursado la carrera eclesiástica en su juventud), estamos frente a una generosidad que va más allá de
la praxis seguida por otros virreyes.[13] Así,
exactamente un siglo después un observador laico como Giannone todavía escribía:
“Niun Viceré, quanto il Peñaranda, ebbe tanta e sì grande inclinazione alle
fabbriche, o riparazioni delle chiese: non vi fu quasi luogo sacro che non
ricevesse da lui per ciò larghe e copiose limosine[14], y
sutilmente concluía que “l’esempio del capo mosse e nobili, e popolari a far lo
stesso”.[15] Además, es precisamente
en estos años que, al sumarse los muchos legados
de los poderosos fallecidos en la epidemia y los abundantes ex-votos, las
iglesias napolitanas se enriquecen y se multiplican: nunca se vieron tantas
iglesias y conventos en actividad como en este tercer cuarto del siglo XVII.[16] Es
increíble la abundancia de «viglietti» con pedidos de provisiones para fiestas
religiosas (generalmente para los gastos
en velas y fuegos artificiales) presentes en el fondo Segreteria dei Viceré – Viglietti Originali – durante los años de mandato de este
virrey.[17]
Cuanto arriba expuesto no es
incongruente con los principales episodios políticos por los que se dio a
conocer el gobierno de Peñaranda, conflictos que
lo llevaron a dos profundas crisis con el cardenal Filomarino, arzobispo de
Nápoles.[18] Cuestiones delicadas que
toparon con un virrey muy preparado, fuese por
su experiencia como mediador (adquirida sobretodo en los años previos como
Plenenipotenciario en el congreso para la paz de Münster), fuese gracias a su
doble licenciatura en derecho canónico y civil. Su sabiduría en materia legal
ya había sido puesta de relieve por el padre Francisco Ugarte de Hermossa y
Salcedo en su dedicatoria al futuro virrey de su obra de 1655 Origen de los dos gobiernos Divino, i Humano
i Forma de su Exercicio en lo Temporal[19], vasto
recopilatorio de leyes acompañadas por sus ejemplos de aplicación, en el cual
(citando de la «Advertencia al lector»):
“solo propongo los dictamenes
aprobados por los que mejor han escrito de este punto en las antiguedades; y en
lo que he puesto particular cuidado, ha sido, en sacar de la rica mina de la
Sagrada Escritura los dictamenes de la Politica Christiana, careandolos con las
leyes del Derecho Ciuil, y el de nuestro Reyno, y con el Derecho Canonico, para
que autorizados con tan graues fundamentos, se estimen, y pongan en execucion,
mirandolos, no como mios, sino como de espiritu superior de entendimiento,
ilustrados con luzes agenas de toda sombra de ignorancia.”[20]
Pasamos ahora al análisis de las
diferentes manifestaciones de generosidad del virrey, para averiguar como
detrás de cada una de estas ocasiones se esconde una
finalidad política bien clara, y a menudo muy poco disimulada. El conde de
Peñaranda mantuvo siempre una estrecha relación con
la orden carmelita y era especialmente devoto de Santa Teresa de Ávila,[21]
participando activamente en diferentes fundaciones de conventos (entre ellos el
convento dedicado a Santa Maria di Loreto en su pueblo de origen, Peñaranda de
Bracamonte, obra a la que está ligada indisolublemente
su fama de mecenas). Sin embargo, simpatizar por una orden tan influyente en el
vulgo napolitano no puede si no revelar una determinada visión política. El
virrey no solamente iba del palacio al convento del Carmen Mayor todos los
sábados “tenervi oratorio”, si no que, además de donar a
esta iglesia un “sontuoso apparato”,[22] defendió delante de la corte de Madrid las instancias
de los frailes para que su antigua sede en plaza Mercato no fuese desplazada,
como amenazado mas veces por las autoridades
españolas. La primera fase de la revuelta de Masaniello nace y muere en el
barrio de «Mercato» y sus fechas coinciden con las de la «novena»[23] de la festividad de la Virgen del Carmen:
los disturbios empezaron el 7 de julio y el cacique amalfitano fue asesinado el 16, día de la fiesta, en el mismo santuario
carmelita.[24] Tras sofocar el motín, el
convento del «Carmine Maggiore» fue ocupado por las tropas españolas del virrey
conde de Oñate, quien pensaba expulsar a los frailes de su casa religiosa (la
primera de la orden carmelita en Nápoles) para construir en su lugar un puesto militar permanente[25] o,
en el mejor de los casos, instalar allí otra
comunidad religiosa «de confianza», como veremos dentro de poco. La idea de
Oñate era inaceptable no sólo para los frailes, sino también para la facción popular, que había
hecho de este santuario su bandera.
Después de 14 años de ocupación, la
solución propuesta por Peñaranda consistía, pues, en separar frailes y
soldados, construyendo “una nuova fabrica di corritori, ove passando la
soldatesca, di la havesse guardato il luogo, et si fusse lasciato libero il
Convento a’ Religiosi”[26].
Había entonces que construir un nuevo castillo, o fuerte, al lado del convento,
partiendo del torreón erigido por los aragones como defensa de las murallas en
aquel punto estratégico de la ciudad (la «porta del Carmine» representaba la
punta sureste de la muralla y ya Carlo III Durazzo en el 1382 había comisionado
la construcción de una torre conocida como «lo Sperone»[27]).
La realización fue encargada al cartujo Bonaventura
Presti (que ya había trabajado para el virrey en otras obras y sido consultado
para la construcción del convento carmelita de Peñaranda[28]),
tras un concurso al que también presentaran sus propuestas los ingenieros
reales Francesco Antonio Picchiatti y Donat’Antonio Cafaro.[29] El
cartujo Presti había trabajado anteriormente para los Carmelitas, con la
realización del nuevo techo del santuario, acabado en 1659.[30]
Cuando, en 1665, bajo el gobierno del
virrey Cardenal de Aragón, se acabó la obra, el fuerte del Carmen era
considerado como un castillo más de la ciudad “ha le sue artiglierie, ed alza bandiera
come gli altri tre castelli [Castel Sant’Elmo, il Maschio Angioino e Castel
dell’Ovo]”.[31]
En honor a esta transformación, en el nuevo salón de
los Carmelitas (que aprovecharon la ocasión para restaurar los ambientes del
convento que habían sido ocupados) fueron colgados los retratos “dei principali
benefattori del convento, cioè il Card. Ascanio Filomarino, viceré conte di
Pignoranda […], Generale Girolamo Acri [generale dell’ordine in quegli anni],
viceré Card. D. Pasquale d’Aragona e del re cattolico Filippo IV”.[32]
La ampliación de Via Marina en el 1862 comportó la
destrucción de la porta del Carmine y de buena parte del castillo, del que hoy
en día quedan sólo unos fragmentos (una
porción de la muralla, bajo la cual se resguardan los vagabundos, y la torre
denominada «la Spinella»), mientras parte de su núcleo central ha sido
englobado por el cuartel de los «carabinieri» de corso Garibaldi.[33]
Alejándose pues de las maneras fuertes de Oñate,
Peñaranda adopta una política de mediación: respeta las necesidades del clero
(ganándose así la simpatía del pueblo) y al mismo tiempo persigue, o fortalece,
los intereses españoles de control del área, promocionando así el proceso de
paz en una zona conflictiva de la ciudad.
La atención dedicada por el virrey al convento de
Santa Maria Egiziaca de Pizzofalcone también estaba vinculada con la revolución
de 1647. Este monasterio, por contra, había apoyado la represión de Juan José
de Austria presagiando su victoria,[34] con
el compromiso de fomentar la creación de otro convento para el grupo de monjas
que desde 1639 se habían aislado en la colina de Pizzofalcone a fin de aplicar
de manera más estricta la regla agustina. Cesado el motín, a estas monjas tan
“aficionadas” se les propuso, nada menos, que ocupar la sede de los carmelitas
de plaza Mercato, que para Oñate tenían que ser expulsados. La intervención de
Peñaranda en este caso fue no sólo fundamental para la ejecución del beneficio
de 400 ducados prometido por Juan José de Austria, si no también determinante
para la prosecución de las obras[35] (que
habían quedado congeladas en su estadio inicial unos años atrás). Y en
presencia del virrey fue colocada la primera piedra del convento, como recuerda
una lápida situada en la pared exterior de la actual iglesia de Santa Maria
Egiziaca de Pizzofalcone[36]
(aunque las obras para la construcción del convento no se acabaron hasta 1716).
También en el caso de la Egiziaca de Pizzofalcone la
intervención del virrey tenía una doble finalidad político-social: esta colina,
que surgía en los alrededores del largo
di Palazzo, después de haber sido en el siglo XVI la sede elegida por la
nobleza para construir sus palacios (el mismo convento de las agustinas
aprovechaba unos ambientes del palacio de don Luís de Toledo), languidecía a
mediados de siglo a la merced de militares, malhechores y prostitutas. La fundación del convento, entonces, nacía
con el fin de controlar la zona gracias a la llegada de una orden de estricta
conducta, dedicada a una santa ermitaña, Santa Maria Egiziaca, que era la
protectora de las prostitutas renegadas.
Tuvo la misma función también otro monasterio
femenino, cuyo nacimiento está relacionado con el nombre del conde: hablamos
del convento de teresinas de San Giuseppe a Pontecorvo, siempre en una zona ex-nobiliaria en decadencia
apenas fuera de las murallas de la ciudad.[37]
El principal acto de “mecenazgo religioso” cumplido
por el virrey fue sin embargo indudablemente la construcción de la iglesia de
Santa Maria del Pianto de Poggioreale, encima de una gruta, llamada de los
“sportiglioni” (de los murciélagos), que fue usada como fosa común para las
víctimas de la peste. Domenico Antonio
Parrino, en su Teatro Eroico,
recordará a este virrey precisamente con esta obra, poniendo el perfil de la
iglesia de Santa Maria del Pianto en el fondo del retrato grabado del conde
[Fig. 1. Ver Metadatos].[38] El
virrey fomentó la búsqueda de recursos económicos y ofreció él mismo la suma
necesaria a la decoración de la iglesia, cuadros incluidos. El conde cumplía de
este modo un acto de piedad y consuelo hacia una población que, como hemos
visto, tras unos años de aquel terrible verano del 1656, estaba todavía muy
turbada por la pesadilla del contagio y por diferentes razones no lograba ver
una salida de aquella temporada negra: la lenta recuperación económica iba
acompañada por funestos presagios, como
una nueva erupción del Vesuvio (en el 1660) y la aparición de
misteriosas cruces rojas encima de paños blancos.[39]
Peñaranda se ocupó personalmente de la ejecución de los
tres cuadros que decoraron los altares de las grandes capillas laterales y del
altar mayor de la iglesia, encomendados a los mejores artistas activos entonces
en el ambiente napolitano: el discípulo de la traducción Andrea Vaccaro (autor
de la Virgen que intercede por las almas
del Purgatorio [Fig. 4. Ver Metadatos])
y el “moderno” Luca Giordano (autor del San
Jenaro que intercede para la cesación de la peste de Nápoles [Fig. 5. Ver Metadatos] y de los Santos Patronos de
Nápoles delante del Crucifijo [Fig. 6. Ver Metadatos]).[40]
Acerca de este episodio Bernardo de Dominici cuenta,
tanto en la Vita de Vaccaro como en
la de Giordano, una anécdota en la cual nuestro virrey desempeña un papel
protagonista, no solo como financiador de la obra, sino también como agudo
comitente.[41] De Dominici habla de una
competición entre Giordano y Vaccaro para adjudicarse el encargo de pintar el
lienzo del altar mayor de la iglesia, pero esta historia, ha sido siempre
considerada como una más de sus historietas. A pesar de que resulte fácil
considerar el episodio como una mera invención, quizá no se trate totalmente de
un cuento, inspirado en el «topos» (de lo cual está llena la literatura
artística) del artista joven que logra imponerse a través de una competición a
los ojos de los grandes comitentes, y sobre todo de la tradición académica. La
noticia de esta rivalidad está presente también en otra fuente muy importante
para la biografía de Giordano, como es el manuscrito de Francesco Saverio
Baldinucci para la continuación de las Notizie
de' professori del disegno publicadas anteriormente por su padre Filippo.[42] Sin
embargo hay que tener en cuenta que al escribir su biografía Baldinucci-hijo
utilizó un texto del mismo De Dominici, además de interesantes apuntes
autobiográficos redactados por Giordano que habían pertenecido a su padre (Relazione della vita di Luca Giordano
pittore celebre fatta sotto li 13 agosto 1681). De todas maneras su versión
de la historia es más seca y verosímil.[43]
“Dovendosi poi fare due gran tavole per la Chiesa
nuova eretta sopra Poggio Reale chiamata Santa Maria del Pianto d’ordine del
viceré in ringraziamento a S. Divina Maestà per l’ottenuta liberazione dalla
peste dell’anno 1656, una fu assegnata ad Andrea Vaccaro più provetto d’età, e
l’altra a Luca. Ma terminate queste, nacque fra i Pittori la contesa quale di
queste opere dovesse avere il primo luogo che era quello dell’Altar Maggiore, e non volendo alcuno di loro cedere
all’altro fu determinato dalla prudenza del Viceré, che si facesse dai professori
giudicare quale fosse delle due la migliore e a quella di desse la prelazione.
Essendo venuti i maestri eletti ad una gran disputa tra loro senza alcuna
conclusione, per levare ogni distinzione, o gara fu ordinato dallo stesso
Viceré doversi mettere alla sorte la decisione di questa lite, e venendosi al
cimento cadde la sorte sopra quella di Giordano, il quale avendo avuto sempre
una somma stima del Vaccaro per la sua maggiore età, e per la fama che aveva di
gran professore rinunziando al favore della sorte gli cedette generosamente il
primo luogo; e accomodata quella del Vaccaro all’altar maggiore, volle lo
stesso viceré che Giordano ne facesse un’altra compagna alla prima, per poi
farle come seguì collocare nelle due gran Cappelle laterali che mettono in
mezzo il detto altare.”[44]
Giordano, pues, deja el lugar de honor al lienzo de
Vaccaro, sin embargo el virrey, reconociendo la virtud del joven, decide poner
la obra de Luca encima del altar lateral y encargarle otra para el altar de la
pared opuesta.
Los documentos de pago de los cuadros parecen
confirmar esta historia. El cuadro de Vaccaro fue pagado con dos polizze de 50 ducados cada una emitidas
por el Banco della Santissima Annunziata
con fecha 17 de julio y 13 de octubre de 1660,[45] en
cambio los pagos de Los Santos patronos
de Nápoles delante del Crucifijo de Giordano (publicados por Strazzullo y
Nappi) llevan fechas posteriores, hasta el 25 de junio de 1665.[46]
Precisamente esta pintura muestra unas diferencias con respecto al San Jenaro que intercede por la peste de
Nápoles realizado por el otro altar (obra datada en los años 1660-1662),
diferencias que han sido justificadas por el intervalo de tiempo que separa las
dos obras.[47] Pero lo que más nos interesa es que esta
pintura denote más que las otras una directa intervención del virrey. Si es
verdad que «volle lo stesso viceré che Giordano ne facesse un’altra compagna
alla prima»,[48] por voluntad del
Peñaranda aparecerían en el lienzo unos detalles contrarios al estilo de la
época: los nombres de los santos representados, abajo a la izquierda, y la
antigua iconografía del sol y de la luna a los dos lados de la cruz, lo que
ofrece al gran lienzo un toque decisivamente arcaico.
Con respecto a la iconografía de las pinturas, hay que
destacar que las tres son de temática mística y siguen los dictámenes de la
Contrarreforma, que definían a los santos como intermediarios entre los fieles
y la divinidad. Es posible encontrar en aquellos años diferentes obras con
esquemas iconográficos parecidos a estos lienzos, y todas se inspiran en los
estandartes que se llevaban en procesión en las fiestas religiosas. Sobre todo
en las celebraciones que siguieron a la peste es muy frecuente encontrar
pendones y escenografías pintadas que repitieron justo éste tema. Leemos, por
ejemplo, en este pasaje de la crónica manuscrita de Rubino, referido a las
fiestas de San Cayetano del 1660 (durante las cuales se celebró el fin de las
erupciones del Vesuvio):
“Si vide appresso Porta Nolana, ove per far comparire
quanto fussero efficaci l’intercessioni del Beato appresso Sua Divina Maestà a’
pro’ di Napoli, si vidde tra’ lo spatio di un tavolato, non solo la Città tutta
di Napoli, ma anche il Monte Vesuvio con i suoi villaggi intorno, che vomitando
horribili fiamme, pareva volesse distruggere il tutto; rappresentandosi quello
a’ punto era accaduto nel passato mese di Luglio et perchè sù dell’aria di
questa machina vi stava la Vergine Santissima con S. Gennaro, et il Beato
Gaetano in atto di pregare l’Eterno Iddio, che si compiacesse di deporre quei
fulmini, che teneva nelle mani per fulminar la Città di Napoli, si vedeva à
questa intercessione placare il giusto sdegno di Dio, et cessar le fiamme, che
per ciò vi stava scritto à piè di questi Intercessori «Placare Domine»”[49]
La semejanza iconográfica de este lienzo pintado para
el altar efímero de Porta Nolana con el San
Gennaro que intercede de Giordano y con el cuadro de Vaccaro es clarísima,
y asume más importancia si pensamos que la pintura de porta Nolana y las otras
dos fueron todas realizadas más o menos en el mismo año. Obedecían a este
esquema también los frescos encargados en el 1658 por los Eletti de Nápoles (representantes de los principales barrios) al
“cavaliere calabrese” Mattia Preti por las puertas de la ciudad [Fig. 7. Ver Metadatos].[50] El
tema era siempre la liberación de la peste y por el fuerte empacto que hubieron
en el mundo artístico napolitano seguro constituyen, como ha sido destacado más
veces[51], la
fuente iconográfica del San Jenaro que
intercede de Giordano.
Con la construcción de Santa Maria del Pianto el
virrey se presentó como ministro «piissimo», mientras seguía con su política de
beneficios para otras comunidades religiosas, sobre las cuales no nos
detendremos: el noviciado carmelita de Santa Teresa a Chiaia (obligación por
sus estrechos contactos con el orden teresino), la nueva casa teatina de Santa
Maria de Loreto en Via Toledo (de la cual sobreviven escasas memorias), la
iglesia de San Nicola a Molo y, fuera de la capital, la reconstrucción del
convento dominico de Soriano Calabro, destruido por un violento terremoto en el
noviembre de 1659. Como podemos ver, no todas las órdenes fueron favorecidas de
la misma manera. Indudablemente los carmelitas fueron privilegiados, pero
también los teatinos (otro orden que, gracias a la popularidad de su fundador,
San Cayetano, tenía una gran influencia sobre los fieles) se mostraron muy
agradecidos al Peñaranda, al cual dedicaron en 1662 una medalla en la que se
representa el virrey ofreciendo una iglesia a la Virgen[52].
Por último merece la pena recordar la relación con los
Jesuitas. Fue gracias al conde don Gaspar que comenzó de nuevo la construcción
del colegio napolitano de San Francesco Saverio, que había sido interrumpida
por el conde del Castrillo por estar demasiado cerca del Palacio Real. Al
contrario el Peñaranda no solo impulsó las obras si no que expuso también la
voluntad de unir, a través de un puente, la iglesia del colegio a la parte
antigua del Palacio, quizás pensando hacer de ella una segunda, y más suntuosa,
capilla real.[53]
Las modalidades que el virrey adoptó para beneficiar
estas obras religiosas fueron de diferentes tipos: podía tratarse de donaciones
personales espontáneas (muy poco frecuentes) o
de un aporte de dinero directo de las -flacas- arcas virreinales o, en
caso más común, se destinaba a beneficio
de la obra los ingresos de una tasa determinada. Con esta última modalidad se
favoreció la decoración del noviciado de Santa Teresa de Chiaia. En el Libro dell’Introito de esta casa
religiosa encontramos, pues, correspondiente a la expresión “donazione di Sua
Eccellenza” nada más que 90 ducados, en cambio más fuentes[54] nos
informan que el virrey ofreció 3.000 ducados por esta obra. Los ducados que
faltan hay que buscarlos en las entradas de la aduana del aceite y la harina,
que por unos cuantos meses (por lo que leemos en el Libro) fueron “girate” (asignadas) directamente a la iglesia
carmelita.[55]
Por lo que se refiere a la financiación a través de la
«Real Caja», en cambio, los ducados venían apuntados bajo la voz gastos secretos en los resúmenes de
gastos anuales que se enviaban (con bastante irregularidad) a Madrid. Sin
embargo leemos en una carta enviada al virrey marqués de Los Vélez (a Nápoles
desde 1675 hasta 1683), que los “gastos secretos” tenían que incluir sólo “los
que tocaren a espias y las cosas que merezieren nombre de gastos secretos y que
no se puedan escusar”.[56]
La carta ahora citada es parte de un programa de
control por la corte de los gastos virreinales con el fin de acortar todo lo
innecesario, programa que llegó a pedir a las secretarías napolitanas un
balance preciso cada cuatro meses.
En realidad en Madrid se sabía desde hace tiempo que
los gastos no justificados, “gastos secretos”, acababan incluyendo todos
aquellos actos de generosidad que, como hemos demostrado, constituían
razonables operaciones políticas, aunque no estrechamente relacionadas con el
cargo de virrey. Como deducimos de esta real cédula de 1638:
“mando que por
via de gastos secretos no se han de pagar salarios ni dar aguinaldos a
offiziales de vuestra secretoria ni ayuda de costa a Ministros ni ayudas de
ellos ni a otro qualquier genero de personal aunque sea con titulo de pobreza,
y por via de limosna, ya simismo no se han de hazer gastos de fiestas ni de funerales,
por este camino pues en caso, que no se puedan escusar se deven hazer por
quenta de mi Real Patrimonio para que se me de quenta de ello en los Vilanzos.”[57]
Volviendo a los tiempos de Peñaranda (que, como hemos
destacado, fueron años de crisis económicas) es relevante un documento
conservado en el fondo Secretarias
Provinciales del Archivo General de Simancas, en el mismo legajo de las
cartas ahora citadas. Se trata de la Relación
de los introytos y éxitos que ha hauido en la caja militar del Reyno de
Napoles, desde enero del 1659 por todo julio del año del 1664 que son cinco
años y siete meses en el Feliz Govierno del señor Conde de Peñaranda mi señor (redactada
por el secretario del conde, don Martin de Otermin) y nos revela que los gastos secretos eran casi tres veces los
dispendios para la manutención de las fortalezas del virreino, y tocaban de
media la considerable suma de 800.000 ducados por año (llegando a un gasto
máximo de 1.040.174 ducados en 1661)[58]...o
por lo menos esto era lo que se declaraba a la corte.[59]
Hemos así explicado bajo el aspecto político y
económico la generosa conducta de uno de los virreyes más “espléndidos” que tuvo Nápoles en el siglo XVII.
Gracias a sus «limosine» se comisionaron obras a Cosimo Fanzago (autor de los
proyectos para San Giuseppe a Pontecorvo, Santa Teresa a Chiaia y Santa Maria
Egiziaca a Pizzofalcone), Luca Giordano (que trabajó también para la decoración
de Santa Teresa a Chiaia), Bonaventura Presti, Francesco Antonio Picchiatti
(ingeniero de Palacio durante su
regencia) y Andrea Vaccaro. Los resultados de estas comisiones
constituyeron unas de las obras maestras en el repertorio barroco napolitano.
Queda todavía por explicar la dinámica
de aquellas que se denominan «comitencias virreinales»: ¿Quién se encargaba de
los programas decorativos? ¿Quiénes eran los intermediarios en los pagos en
nombre del virrey y de la «Real Caja»? Un estudio que contextualizara el
barroco napolitano, con respecto a la realidad política, social y cultural en
la que se desarrolló, podría revelar un mundo de interrelaciones, situaciones y
personajes todavía por descubrir.
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sección Metadatos / Archivos
suplementarios]:
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Fig. 1: El
retrato del conde de Peñaranda de Teatro Eroico de D. A. Parrino [1694]]
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Fig. 2: La
portada de Origen de los dos Goviernos de Francisco de Hugarte Hermossa
y Salcedo
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Fig. 3: Un
frontispicio de una obra dedicada al conde de Peñaranda (Madrid, Biblioteca
Nacional)
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Fig. 4: Andrea
Vaccaro, La Virgen rezante para las almas del Purgatorio, Nápoles,
Palazzo Reale (depósitos)
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Fig. 5: Luca
Giordano, San Jenaro intercede para la cesación de la peste, Nápoles,
Museo Nazionale di Capodimonte
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Fig. 6: Luca
Giordano, Los Santos patronos de Nápoles delante del Crucifijo, Nápoles,
Museo Nazionale di Capodimonte
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Fig. 7: Mattia
Preti, Boceto para los frescos de las puertas de Nápoles, Nápoles, Museo
Nazionale di Capodimonte