«UNA NACIÓN INCLINADA AL RUIDO DE LAS ARMAS»
LA PRESENCIA IRLANDESA EN LOS EJÉRCITOS ESPAÑOLES, 1580-1818: ¿LA HISTORIA DE UN ÉXITO?
Óscar RECIO MORALES
The Centre for Irish-Scottish
Studies
Trinity College Dublin
En
el siglo XVIII numerosos apellidos irlandeses ocuparon cargos de la más alta
responsabilidad en el ejército y la administración española. A simple vista se trata de un
fenómeno sorprendente, por cuanto los irlandeses
al servicio de la rama española de los Borbones defendían y administraban un
imperio a escala mundial, mientras la propia Irlanda permanecía bajo
administración directa de Gran Bretaña. Por citar tan sólo a los más conocidos,
Ricardo Wall (Nantes,
1694) ocupó el puesto
de secretario de Estado entre 1754 y 1763, cargo que compaginó con
el de secretario del Despacho
de Guerra entre 1759 y 1763; Alejandro O’Reilly, originario de Baltrasna (co.
Cavan), fue uno de los mayores reformadores del ejército español del XVIII y
ocupó, entre otros, los cargos de gobernador de Madrid, Andalucía (1775) y
Cataluña (1794). En las colonias americanas también se dieron casos tan
extraordinarios como el de Ambrosio O’Higgins, originario de
Ballenary (Sligo) y que terminó su carrera en 1795 como virrey del Perú y presidente de la
Real Audiencia de Lima. El último virrey de Nueva España (México) también
llevaba apellido irlandés, Juan O’Donoju (Sevilla, 1762), quien ocupó el cargo
en 1821.
Al citar sólo algunos casos no
pretendemos destacar la excepcionalidad de un hecho accidental o circunscrito a
determinadas individualidades (ver tabla 4). Siendo esto así, ¿podríamos
encontrarnos ante un extraordinario éxito del exilio irlandés en España? Y lo
que es más importante, ¿cómo lograron los irlandeses “colocar” sus apellidos al
frente de capitanías generales en España, de embajadas españolas en Europa o de
virreinatos en América?
Contestando a la primera pregunta,
podemos adelantar que el “éxito” del exilio irlandés en España es matizable: no
todos los irlandeses pudieron beneficiarse de los entretenimientos, ayudas de
costa, hábitos militares, cargos en el ejército y otras gratificaciones
económicas u honoríficas ofrecidas por la corona española a la nación irlandesa desde principios del XVII[1]. En cuanto a
la segunda cuestión, también podemos avanzar que el éxito de los afortunados
vino dado en buena parte por su servicio en el ejército. Concretamente, para la
nobleza irlandesa el exilio no fue una experiencia tan traumática como a veces
se piensa. O al menos no lo fue en España: las autoridades españolas reconocieron
los antiguos títulos nobiliarios irlandeses (algunos ya sin valor en la propia
Irlanda) y, cuando fue necesario, se crearon otros nuevos. Una vez reconocida
la nobleza irlandesa, los exiliados y sus descendientes pudieron alcanzar en
los ejércitos españoles los grados más elevados.
En las siguientes páginas nos
ocupamos, en primer término, de los factores que favorecieron la presencia
ininterrumpida de irlandeses en los ejércitos españoles, desde fines del XVI y
hasta 1818. En segundo lugar analizamos las distintas posibilidades ofrecidas
por el oficio militar: medio de subsistencia para miles de
irlandeses que no encontraban su lugar en Irlanda; instrumento de ascenso e
integración social de la nobleza exiliada.
EL VIEJO Y CONOCIDO OFICIO DE LA GUERRA
Las fuentes contemporáneas coinciden al exaltar el
valor y la fidelidad de los irlandeses en los ejércitos españoles[5]. Este aprecio
era tal que los irlandeses compartieron posiciones de vanguardia junto a los
españoles, considerados (fuera de su solar ibérico) como la tropa más sufrida y
experta[6]. Está claro
que este servicio no era a veces tan idílico como nos lo describen algunos
textos. Después de Kinsale (1602) los militares españoles arremetieron
durísimamente contra las tácticas de guerrilla y la escasa organización
mostrada por los irlandeses (también es cierto en un intento de esconder los
graves fallos entre los propios españoles)[7]. También en
1653 Felipe IV montó en cólera cuando supo que cerca de un millar de
irlandeses, empleados por los españoles en una operación especial en Francia,
se pasaron al enemigo[8].
Y sin embargo, con todos los problemas y matices
posibles, para nosotros es difícil aplicar el término de “mercenarios” cuando
estudiamos la presencia irlandesa en los ejércitos españoles. La sorpresa de
Felipe IV por la deserción masiva de irlandeses en 1653 vino dada precisamente
por el hecho de tratarse de “una
acçion tan indigna de naçion de quien yo me servia en mis exercitos con la
seguridad y confianza que se haze de la española”[9].
Distintas razones explican esta presencia
tan continuada de los irlandeses en los ejércitos de la Monarquía hispánica.
Por un lado están las que podríamos denominar como causas generales,
coyunturales y externas al propio grupo irlandés; por otro, razones
directamente relacionadas con los propios irlandeses y su consideración por
parte de la Monarquía española.
En cuanto a las primeras, las causas generales, está
claro que las siempre difíciles relaciones angloespañolas contribuyeron a un
natural entendimiento hispanoirlandés. Sobre esto creo que no es
necesario insistir demasiado: desde Felipe II (1556-1598) todos los monarcas de
la rama española de los Austrias no faltaron a la tradición de hallarse en
guerra alguna vez con Inglaterra[10];
el cambio de dinastía en 1700, con la llegada al trono de los Borbones en
España, contó con el rechazo de Gran Bretaña, que participó en la Guerra de
Sucesión española (1700-1713) junto a las demás potencias de la Gran Alianza de
La Haya. En el nuevo siglo las relaciones entre Madrid y Londres empezaron mal
y continuaron así: la disputa del espacio comercial americano provocaba
constantes desencuentros entre ambos gobiernos y la ocupación inglesa de
puestos avanzados en el Mediterráneo –como Gibraltar y Menorca- constituyeron
objeto de reclamación constante en Madrid.
Por tanto, como
en Smerwick (1580), Kinsale (1602) o la proyectada operación desde Flandes en
1627, también el XVIII contó con los clásicos planes españoles de desembarco
militar en Irlanda[11].
En 1776 se planeó una acción en Irlanda en coordinación con París, en el
contexto de los conocidos “pactos de familia” borbónicos[12].
Teniendo en cuenta experiencias anteriores los españoles bloquearon el
proyecto. En 1796 Francia enviaba una armada de 48 navíos y más de 13.000
hombres con destino a la bahía de Bantry. El desastre fue mucho mayor que el de
todos los tentativos españoles anteriores: después de dos semanas la flota
volvía a Francia sin que un solo soldado desembarcase en suelo irlandés. Al
contrario, 1.500 hombres perecieron y más de 2.000 fueron hechos prisioneros
por los británicos[13].
La segunda causa
coyuntural que favoreció el servicio de irlandeses en los ejércitos españoles
fue el tradicional problema de la falta de recursos humanos en España
destinados a la milicia. Las levas extranjeras eran un medio de paliar esta
falta de recursos humanos y un modo de evitar continuas disputas con las
regiones y los municipios del Reino, que no colaboraban o simplemente
rechazaban el reclutamiento forzoso. Los distintos escenarios bélicos exigieron
constantemente hombres. Castilla, tradicional reserva de los ejércitos de la
Monarquía, dio signos preocupantes de estancamiento demográfico desde fines del
XVI. El permanente estado de tensión bélica vivido bajo los Austrias hispanos
en los Países Bajos ofreció a la comunidad irlandesa en el exilio una magnífica
oportunidad de integrarse en la maquinaria bélica de la Monarquía española.
Desde fines del XVI se constituyeron unidades irlandesas en el Ejército de
Flandes siguiendo tres fases: desde el regimiento del coronel inglés William
Stanley (1587-96), hasta la constitución de compañías irlandesas específicas
(1596-1604) y por último la formación de tercios de la nación irlandesa (desde
1605 hasta 1610 bajo la coronelía de Enrique O’Neill y desde 1610 hasta 1628
bajo la de John O’Neill). El mantenimiento de estas compañías de irlandeses
cumplía varios objetivos muy concretos. En primer lugar, a partir de la derrota
gaélica en 1602-3, Flandes se convirtió, aparte de la propia Península, en la
salida “natural” de todos los irlandeses que, desplazados del sistema, no vieron
otra opción que la continuación del ejercicio de las armas en este territorio.
Además, cuando Madrid puso a la cabeza de las unidades irlandesas, desde 1605,
a destacados miembros de la familia O’Neill era la mejor forma de recompensar
sus servicios a la Monarquía y de dar una salida digna a su prestigio (ver
tabla 1).
La falta de
recursos humanos para los ejércitos de la Monarquía española alcanzó niveles
alarmantes a mediados del XVII. Con frentes abiertos en los Países Bajos desde
el reinicio de las hostilidades con las Provincias Unidas en 1621, con Francia
desde 1635 y en la propia Península, con las sublevaciones de Cataluña y
Portugal desde 1640, la Monarquía hispánica entró en un estado de emergencia
total. La Monarquía hispánica intentó sacar provecho de su especial relación
con Irlanda para traer a España al mayor número de irlandeses posible. Sin
embargo, el programa “armas por hombres” ofrecido por Madrid a la Confederación
de Kilkenny no funcionó, porque encerraba en sí mismo una gran contradicción:
¿cómo se podían enviar soldados a España cuando desde 1641 Irlanda estaba en un
permanente estado de rebelión? Aún así, llegaron hasta los frentes de Portugal
y Cataluña miles de irlandeses gracias a la iniciativa privada de mercaderes
sin escrúpulos (españoles, ingleses, pero también irlandeses). El reclutamiento
no siempre era voluntario y el transporte marítimo se hacía en unas condiciones
durísimas (ver tabla 2)[14].
Pero en el
empleo de irlandeses también jugaron un papel determinante las propias
potencialidades de esta nación, su respuesta en el servicio y su consideración
por parte de los españoles. El factor
militar siempre constituyó un componente importante de la psicología social
irlandesa[15].
Los irlandeses que desde finales del siglo XVI llegaron al Continente lo
hicieron desde una sociedad conflictiva cuya última manifestación extrema fue
la guerra de los Nueve Años (1594-1603). Las ventajas de servir en el exterior
eran considerables. En todo grupo militar se crean especiales relaciones de
solidaridad difíciles de encontrar en la vida civil. Particularmente, en el
caso de agrupamiento y formación de unidades militares irlandesas, los lazos
vasalláticos siguieron teniendo gran importancia. Para los irlandeses el
servicio en las armas significaba la posibilidad de mantenerse activos,
entrenados, armados y preparados para cualquier eventualidad, incluída su
vuelta a Irlanda. Esto era sin duda un buen método psicológico de autodefensa
del grupo exiliado.
Así pues,
naturalmente “ynclinados al ruido de las armas”, los irlandeses continuarían en
los ejércitos españoles una tradición bien conocida[16].
Pero con una diferenciación. Antes de Kinsale, numerosas familias Old English –caso de los Comeford de
Waterford en Galicia- mantenían estrechos vínculos comerciales con la
Península. La principal aspiración de estos comerciantes angloirlandeses era la
continuación de su labor comercial, por encima de cualquier interrupción
provocada por el estallido de una guerra con Inglaterra. Por su parte, los irlandeses
de cultura gaélica, faltos de cualquier base económica en Irlanda, empezaron a
depender en el exilio de la merced de la Monarquía y de su integración en el
ejército. Para diferenciarse de sus directos competidores de cara a la
consecución del favor real, los Old Irish
llegaron a despreciar públicamente la actividad comercial de los
angloirlandeses. Los irlandeses gaélicos enfatizaron su supuesto origen
peninsular y su dedicación exclusiva a las armas en Irlanda. La continuación de
este noble oficio en el exilio era, pues, un hecho natural.
Unida a esta
tradición, la reputación de los soldados irlandeses en Europa era excelente.
Desde principios del XVII España y Francia entraron en una durísima disputa por
sus servicios e incluso la República de Venecia llamó la atención sobre sus
cualidades. Distintos consejeros militares coincidían al señalar que una tierra
áspera tenía su reflejo en una población dura[17].
Cuando en 1598 Diego Brochero de Anaya escribió al monarca español sobre la
falta de marineros en la Armada, no dudó en señalar como remedio
que V.Md.
cada año mandase levantar en Yrlanda alguna cantidad de yrlandeses, que es
gente que suffre mucho trabajo, y que el frio ni el mal comer les matara con la
facilidad que a los naturales [de España], pues en su tierra, con ser mucho mas
fria que esta, andan casi desnudos y duermen en el suelo y se sustentan con pan
de avena, carne y agua, sin beber vino[18].
Los
irlandeses contaban además con la predisposición positiva de las autoridades.
Para servir en los ejércitos del rey de España era condición indispensable la
condición de católico. No era mera retórica. Aún en momentos de extrema
dificultad se rechazó el empleo de naciones “sospechosas” en la fe, máxime si
se trataba de luchar en España. Cuando en 1645 el responsable de las levas en
Irlanda, Francisco Foisotte, anunció la posibilidad de contar con 6.000
escoceses, los consejeros españoles rechazaron la oferta “porque en este numero
de escoceses quando huviese catholicos seran muy pocos y no conbiene traerlos a
España siendo herejes”[19].
Las directrices de Felipe IV y del Conde-Duque de Olivares eran claras: “que
por todos los caminos que se pueda se nos embie gente de naçiones, no siendo
ninguna mas a proposito que la irlandessa”[20].
Estaba
claro que tanto para la corona española como para los propios irlandeses
existía una relación muy especial, fundada en intereses mutuos, sobre todo
desde el exilio irlandés a partir de 1602. Una lógica patronazgo-fidelidad
dinástica que exigió a
ambos socios unas responsabilidades muy concretas: la corona reconoció
a los irlandeses unos derechos que se reflejaron en un amplio abanico de
mercedes y el mantenimiento de un gran número de irlandeses a su servicio; a
cambio, la Monarquía exigió a los irlandeses fidelidad dinástica absoluta. Esta
relación funcionó tanto con los Austrias como con los Borbones. De hecho, nada
más acceder al trono en 1701, Felipe V reconoció todos los privilegios de la
nación irlandesa en España conseguidos en los reinados anteriores. Entre estos
privilegios uno era especialmente importante: en 1680 el monarca español Carlos
II garantizó a los irlandeses los mismos derechos que a los españoles en la
obtención de empleos políticos y militares. Las puertas de un inmenso imperio
se abrían de par en par para los irlandeses[21].
Hablemos de estas posibilidades.
UNA RELACIÓN ESPECIAL
El oficio de las armas en los
ejércitos de los Austrias españoles –como en otros ejércitos de la Europa
moderna- era duro. Sobre todo para la tropa y sus familias, que normalmente acompañaban
al soldado. La paga era tan irregular como el propio servicio: el cese de las
actividades bélicas podía conllevar la reformación (disolución) de las unidades. Esto
se traducía en hambre para el soldado y a menudo su aparición en la corte,
cayendo en la marginalidad y causando problemas de seguridad pública. Ante la
posibilidad de una tregua con Holanda (1609-1621), los irlandeses solicitaron
la continuación en activo del tercio de Enrique O’Neill en Flandes. Primero
–alegaba el representante de los O’Neill en Madrid-, porque su mayor parte
estaba compuesto por irlandeses desterrados, sin posibilidad de volver a
Irlanda. Segundo, porque los irlandeses nunca se hallaron en un motín y, si se
ofreciese ocasión, podrían ser de gran ayuda. La última de sus razones era sin
duda la más preocupante para Madrid: “sy fueren reformados, esta Corte sera
hinchida dellos, pretendiendo y importunando, pues no tienen donde yr a otra
parte”[22].
El tercio continuó.
Las condiciones de servicio para la tropa no mejoró con
la llegada de los Borbones a España: los mismos problemas en la paga, una
alimentación escasa, un vestuario insuficiente y en contínuo mal estado. Las
bajas, en gran parte debidas a las malas condiciones, eran elevadas y la
deserción un problema crónico. Las tropas sufrían la animadversión y malestar
de los habitantes de las áreas encargados de su manutención, especialmente en
épocas de carestía, en las que los precios aumentaban como consecuencia de la
competencia de los soldados y de la población civil por los alimentos.
Borrachos, vagabundos, malhechores y desertores fueron enviados con regularidad
hacia los regimientos extranjeros, sobre todo a los de la infantería valona,
italiana e irlandesa. Los ascensos tampoco se correspondían con los servicios prestados
o los méritos de guerra: la aristocracia
copaba la práctica totalidad de la oficialidad del ejército, identificándose
a sus miembros con el tradicional estamento militar y, por tanto, convertidos
en los protectores naturales del reino[23].
También entre los irlandeses se dio
una marcada diferencia entre tropa y oficialidad, sobre todo en el ejército
borbónico. Al no existir todavía una academia general de
oficiales, únicamente el irlandés de condición noble entraba en el ejército
como cadete en uno de los regimientos. Desde 1698 –fecha de creación del
regimiento Irlanda- podía hacerlo en uno de los tres regimientos fijos
de infantería irlandesa (el propio Irlanda, Hibernia y Ultonia), pero sin excluir la posibilidad de hacerlo en otros[24]. Así pues, la
exigencia de la condición nobiliaria era la vía reservada para la formación de
futuros oficiales irlandeses (y sus descendientes) en los ejércitos españoles.
Las conocidas pruebas de “calidad”,
necesarias para un hábito militar o para hacer carrera en el ejército, no eran
un mero recurso honorífico. Suponían el reconocimiento de un individuo como
perteneciente al estamento nobiliar, al que por naturaleza correspondía toda
una serie de privilegios en la sociedad del Antiguo Régimen. Este
reconocimiento de la nobleza irlandesa posibilitó su normalización en España y facilitó su integración en la sociedad
española. Para ello, los irlandeses utilizaron como medio, por una parte, las
influencias naturales presentes entre el propio grupo
nobiliario exiliado. Por otra, los recursos endogámicos ofrecidos por el propio
grupo militar. De esta forma enlazaron con otras familias españolas a través
del matrimonio. Este proceso alcanzó su cénit en el siglo XVIII, período en el
que la nobleza irlandesa encontró dos circunstancias extraordinariamente
favorables para sus intereses: por un lado, la militarización del conjunto de
la sociedad española bajo los Borbones; por otro, y ligado estrechamente al
anterior, el papel correspondido a la nobleza en dicha militarización.
Ahora bien, hay que advertir que
esta normalización de la nobleza irlandesa no resultó
un proceso fácil. En primer lugar, debido a las propias dificultades de las
autoridades españolas en la distinción de esta nobleza. Los españoles conocían
a las familias más importantes de la isla, pero no a todas. Madrid tampoco
sabía con exactitud las relaciones de poder entre ellas, debido al
complejo sistema sociopolítico irlandés, donde la subordinación de unos señores
con respecto a otros adquiría una singular relevancia y múltiples formas. Este
desconcierto se trasladó, con los irlandeses en el exilio, hasta España. La
confusión tuvo como principal consecuencia la ruptura de los delicados equilibrios de poder y de
preeminencia entre ciertos señores irlandeses. En algunos casos, el
reconocimiento de la nobleza irlandesa derivó en una verdadera recalificación y
consiguiente reordenación del exilio en España. Esto, claro está, provocó
continuos conflictos internos en el grupo exiliado.
Ante el problema, los españoles
tenían dos opciones: una, confiar en los mecanismos de su propia maquinaria
burocrática. Se aplicaría así indistintamente el término “nación” irlandesa a
todos los individuos de dicha procedencia geográfica, sin
distinción alguna entre las cuatro provincias irlandesas o los grupos sociales
(nativos irlandeses de cultura gaélica o angloirlandeses). Dando por supuesto
la adscripción católica de cada individuo, la diferencia del sujeto vendría dada por los servicios
al monarca español (en el pasado o en el presente) y la “calidad” (nobleza) de
cada sujeto. Para certificar esta calidad, a los irlandeses se les exigiría los
mismos papeles que se solicitaban a todos aquellos que, por ejemplo, aspiraban
a un hábito en alguna de las órdenes militares.
Esta primera opción, sin tener en
cuenta la realidad irlandesa, resultó del todo inviable. Cuando se pedían
papeles a los irlandeses se obtenían respuestas de todo tipo. Podían no
llevarlos consigo, porque esta no era una obligación de los señores, sino de
los cronistas de cada familia[25]; podía
ocurrir que todos los testigos presentados a las pruebas de calidad fuesen
todos irlandeses, lo que convertía el proceso en un puro trámite:
los O’Driscoll “certificaban” a miembros de su casa y colaboraban estrechamente
con los O’Sullivan, ambas familias originarias del suroeste de Irlanda; también podía ocurrir que los
papeles hubiesen sido eliminados por los ingleses o se perdiesen en el camino
ante una huída precipitada. Todo esto no hacía sino arrojar dudas sobre la
verdadera “calidad” de algunos irlandeses[26].
Segunda opción: la administración
española solicitaba la ayuda de los propios irlandeses, el asesoramiento
de algunos señores “calificados” (notorios) para certificar los distintos
grados de linaje, preeminencia o poder de cualquier pretendiente a ayuda
económica. Incluso se crearon en 1604 dos cargos específicos para los asuntos
irlandeses: el “protector de los irlandeses en la corte”, un miembro español
del Consejo de Estado o de Guerra, y el “ayudante del protector”, cargo ocupado
por un irlandés. El protector recogía las recomendaciones de su asesor irlandés
sobre los asuntos de sus compatriotas y las transmitía a los Consejos de Estado
y de Guerra.
Esta
segunda opción también estuvo plagada de dificultades, porque la información obtenida de los
propios irlandeses sobre otros exiliados no era neutral. Y no lo era porque los
primeros irlandeses en el exilio trataron de conservar las redes
interpersonales sobre las que se cimentaba en buena parte la sociedad
clientelar irlandesa. Cuando se otorgaba una patente de capitán a un noble
irlandés para recoger a soldados irlandeses en España, el señor solicitaba que
la compañía estuviese compuesta exclusivamente de sus hombres y no de los de otra casa o familia irlandesa distinta. Y si ocurría
que un capitán lograba el control de una compañía de vasallos de otro señor, en
España o en Flandes, la polémica estaba asegurada[27]. En verdad
bastaba poco para romper la unidad entre los propios irlandeses. La solidaridad inter-familiar e
inter-regional sobrepasaba en importancia a cualquier concepción nacional de
Irlanda. El control de
los colegios irlandeses en España fue objeto de tal discordia entre los propios
irlandeses que el término “nación irlandesa” parecía responder a una etiqueta
aplicada por los españoles y no a una realidad[28].
Concluyendo. Intentar conservar los
lazos vasalláticos en España por los
señores irlandeses exiliados después de Kinsale (1602) era una forma de
fortalecer y continuar en una posición de privilegio. El conocimiento
incompleto del contexto socio-político irlandés por parte de la administración
española y las propias interferencias irlandesas modificaron las distintas
relaciones de dependencia entre los señores y entre éstos y sus vasallos.
Pequeña y gran nobleza irlandesa se lanzó a una carrera en busca del favor
real, que se traducía en pensiones económicas y acceso a los instrumentos de
legitimación nobiliaria, tales como las órdenes militares. El servicio en el
ejército sirvió como instrumento.
El mantenimiento económico e
integración de la élite social irlandesa dentro las estructuras de la Monarquía
española también benefició a la corona. Al
contrario de lo que sucedía normalmente con otras elites tradicionales del
reino, de carácter local o regional, los extranjeros al servicio de la corona
española no ofrecían ninguna resistencia al poder real. Todo lo contrario.
Dependían del rey y éste recompensaba su confianza. El exilio irlandés supo
aplicar esta lógica a la perfección: entendió y se adaptó a una corte en la que
confluían distintos grupos e intereses, donde era posible establecer relaciones clientelares y, en
último término, ocupar espacios de poder.
¿Fue todo un éxito? Relativo, por
cuanto no todos los emigrantes irlandeses consiguieron beneficiarse de esta colaboración
con la corona. Desde principios del XVII las autoridades intentaron frenar la
presencia “abusiva” de irlandeses pobres en la corte; los arbitristas
propusieron remedios a los “males” de esta nación en España; también la
literatura del Siglo de Oro encontró en los irlandeses un recurso frecuente a
los tópicos de siempre, como la extraordinaria fecundidad de la mujer
irlandesa, su dedicación a la prostitución y otros males derivados de la
marginalidad: mendicidad, alcoholismo, juego ilegal[29]. Pero igual
que matizamos este éxito tampoco creemos que Irlanda fuese del todo dejada a su
suerte después de 1602[30]. Los auxilios de la Monarquía
hispánica y el empleo de los irlandeses en sus ejércitos pudieron amortiguar
los efectos de una emigración que podría haber tenido consecuencias mucho más
graves. Los escudos de un entretenimiento a menudo permitían sobrevivir a otros
miembros de la casa del señor o la paga de un soldado a varios de sus
familiares. Este apoyo pone en cuestión cualquier idea de abandono total de los
irlandeses.
TABLAS
1. Evolución de los regimientos
irlandeses en el ejército de Flandes (1587-1650)
Años |
Regimiento |
Oficiales |
Soldados
|
Entretenidos
|
Paga (escudos/mes) |
1587 |
William
Stanley |
90 |
626 |
|
|
1597 |
Edward
Geraldine John de
Claramonte |
|
116 106 |
|
1346 |
1601 |
Edward
Geraldine |
13 |
127 42
(amotinados) |
10 |
950 |
1605-10 |
Henry
[Enrique] O’Neill |
||||
1613 |
John
[Juan] O’Neill 1610-22 |
84 |
1022 |
8 |
79.390 |
1614 |
86 |
982 |
11 |
|
|
1616 |
101 |
1072 |
|
|
|
1644 |
Patricio
Daniel 2
compañías fuera tercio |
174 22 |
781 75 |
2 |
2529 384 |
1645 |
Patricio Daniel 3 compañías fuera de tercio |
164 30 |
398 114 |
|
2317 550 |
1647 |
Dermice O’Sullivan Mór |
|
|||
1649 |
John Murphy |
143 |
395 |
|
2217 |
1650 |
Reformación de 5 compañías |
2. Levas de irlandeses con destino
peninsular (1651-53)
Año |
Asentista |
Soldados |
Precio por
soldado |
Puerto de
llegada |
Frente |
1651-2 |
Francisco
Foisotte |
1070 |
20
reales/a ocho |
Pasajes |
España |
1652 |
Richard
White |
1759 |
27
reales/a ocho |
|
España |
1653 |
Florence
Carthy |
1
tercio |
|
|
|
1653 |
Jonh
Patrick |
3700 |
27
reales/a ocho |
|
España |
1653 |
Cristóbal
Mayo |
3000 |
24
reales/a ocho |
974:
San Sebastián |
España |
1653 |
Dunaso
Ognafur |
500 |
|
300:
San Sebastián 200:
San Antonio |
España |
3. Evolución
de los regimientos irlandeses en el Ejército de los Borbones
(1700-1808)
Año |
Regimiento |
Ubicación |
Coronel |
Batallones
|
Efectivos
|
||
1698 |
Irlanda |
|
Esteban O’Lulla |
|
|
||
REINADO DE FELIPE V (1700-1746) |
|||||||
1706 |
Dragones irlandeses ¿? |
Mahón (Menorca) |
Crafcon (?) Daniel Mahony |
|
|
||
1698 |
Irlanda |
|
|
|
|
||
3-12-1709 |
Hibernia |
||||||
3-12-1709 |
Ultonia |
||||||
1714 |
Marqués de Castelar |
Cataluña |
Lucas Patiño |
|
|
||
Duque de Liria |
¿? |
¿? |
|||||
Mac Aulif |
Cataluña |
Demetrio Mac Aulif |
|||||
Comeford |
Cataluña |
Juan de Comeford |
|||||
1715-1720 |
Irlanda (1698; antiguo Vacop) |
|
Francisco Wachop |
|
|
||
Hibernia (3-12-1709; antiguo Castelar) |
Lucas Patiño |
||||||
Ultonia (3-12-1709; antiguo Mac Aulif) |
Demetrio Mac Aulif |
||||||
Wateford (antiguo Comeford) |
Juan de Comeford |
||||||
Limerick (antiguo Bandoma) |
Cornelio O’Drisand |
||||||
1718 |
Brigada irlandesa |
|
|
Irlanda Hibernia Ultonia |
|
||
1734-1746 |
Irlanda Hibernia Ultonia (Waterford desaparece, refundido en
los tres primeros) |
|
|
|
|
||
REINADO DE FERNANDO VI (1746-1759) |
|||||||
1746 |
Irlanda |
|
|
|
|
||
Hibernia |
|||||||
Ultonia |
|||||||
1749 |
6 |
|
|
9 |
|
||
1756 |
Irlanda Hibernia Ultonia |
|
|
2 2 2 |
1.400 1.400 1.400 |
||
REINADO DE CARLOS III (1759-1788) |
|||||||
1759 |
Irlanda Hibernia Ultonia |
|
|
|
|
||
1768 |
Irlanda |
|
Brigadier Joseph Comesfort |
|
|
||
Hibernia |
Brigad. Juan Sherlock |
||||||
Ultonia |
Brigad. Félix O’Neill |
||||||
REINADO DE CARLOS IV (1788-1808) |
|||||||
1788 |
Irlanda |
Badajoz |
|
|
945 |
||
Hibernia |
Barcelona |
1.089 |
|||||
Ultonia |
Orán |
953 |
|||||
1789-93 |
Irlanda |
|
Eugenio O’Neill |
|
|
||
Hibernia |
Vacante |
|
|||||
Ultonia |
Pedro Tirrell |
|
|||||
1800 |
Irlanda |
Cádiz (1804) Barcelona Ceuta (1802) Campo de Gibraltar Ceuta (1814) |
Félix Jones |
|
1519 |
||
Hibernia |
|
Diego Pettit |
1833 |
||||
Ultonia |
|
Juan Kindelan |
1523 |
||||
|
|
|
|
|
|
||
1804 |
Hibernia |
1º (Vizcaya) 2º y 3º (Ferrol) |
|
3 |
1051 |
||
1808 |
Irlanda |
Olivenza (1º Batallón);
Palma de Mallorca (2º y 3º) |
Félix Jones Julián de Estrada (1818) |
3 |
|
||
Hibernia |
Asturias (1º) El Ferrol (2º y 3º) |
Carlos Fitzgerald |
3 |
|
|||
Ultonia |
Gerona (1º, 2º y 3º) |
Antonio O’Kelly |
3 |
|
|||
1814 |
Irlanda |
|
Antonio Gaspar Blanco |
|
|
||
Hibernia |
Vacante |
||||||
Ultonia |
Vicente Magrath |
||||||
1815 |
Irlanda |
|
Josef de Moya y Morejón |
3 |
|
||
Hibernia |
Juan Sandoval |
3 |
|||||
Ultonia |
Patricio Campbell |
3 |
|||||
1816 |
Irlanda |
Málaga |
|
|
|
||
Hibernia |
Cuenca y Vallecas |
||||||
Ultonia |
Tortosa, Chertas y Mora de
Ebro |
||||||
4. Altos cargos de origen irlandés en el Ejército y Administración
española del XVIII
Nombre y apellidos |
Títulos |
Cargos |
Jacobo
Francisco Fitz-James Stuart (1696-Nápoles, 1739) |
Duque
de Berwick y de Liria; Órdenes del Toisón de Oro (1714) y del Espíritu Santo
(1724) |
Teniente
general (1732) Embajador
en Rusia, Austria y Nápoles |
Patricio
Laules Briaen (Kilkenny, 1676-1739) |
|
Embajador
en Rusia y Francia Capitán
general de Mallorca e Ibiza (1722-1739) |
Guillermo
Lacy (Brury, Limerick, 1682-) |
|
Teniente
general en 1745, en 1750 fue nombrado consejero del Consejo de Guerra |
Francisco Lacy
(1731-1792), hijo de Guillermo Lacy |
Conde
de Lacy |
Embajador en Suecia (1763)
y Rusia (1772) Comandante general
interino de la costa de Granada, inspector de artillería y de las fábricas de
armas y municiones (1780) Capitán general de
Cataluña |
Bernardo
O’Connor Phali (Estrasburgo, 1696-1780) |
Conde
de Ofalia |
Mariscal
de campo (1747); Gobernador militar y político y corrregidor de Tortosa,
Pamplona, Lérida y Barcelona; Comandante General del Ejército del Principado
y Presidente de la Audiencia de Cataluña (1772); Capitán General de Castilla
la Vieja (1772); Capitán General de la costa del Reino de Granada (1774).
Miembro del Consejo de Guerra (1779) |
Ricardo
Wall y Devreaux (Nantes, 1694-Soto de Roma, Granada, 1777) |
Caballero de Santiago
(1737) Orden de San Genaro |
Secretario de Estado (1754-1763) Secretario
de Despacho de Guerra (1759-1763) |
Ambrosio
O’Higgins (Ballenary, Sligo, 1720-1801) |
barón
de Ballenary (1795) y marqués de Osorno (1796) |
Inspector
de la tropa veterana y de milicias en la frontera de Chile Intendente
de la provincia de la Concepción (1785) Gobernador
y Capitán general de Chile (1787) Virrey
y capitán general del Perú y presidente de la Audiencia de Lima (1795) |
Félix
O’Neille (Armagh, 1720-1792) |
caballero
de la Orden de Carlos III |
Gobernador
de Galicia Corregidor
de Gerona (1780) Gobernador
militar y corregidor de Barcelona (1782) Capitán
General de Aragón y Presidente de su Real Audiencia en Zaragoza (1784) Inspector
General de Infantería española y extranjera en Aragón, Cataluña, Valencia,
Murcia, Mallorca, Navarra, Guipúzcoa y Orán |
Alejandro
O’Reilly (Baltrasna, co. Cavan 1723-1794) |
Conde
de O’Reilly Caballero
de la Orden de Alcántara (1765) |
Inspector
de Infantería Gobernador
y capitán general de Luisiana Gobernador
y Comandante militar de Madrid y su distrito capitán
general de la costa y Ejército de Andalucía (1775) Gobernador
militar de Cádiz, capitán general de Valencia capitán
general de Cataluña, cargo del que no llegó a tomar posesión, muriendo camino
del destino (1794) |
Tomas O’Donoju (Sevilla, 1764-) |
|
Gobernador militar y político de las Cuatro Villas de la
Costa de Santander (1800-1809) Inspector general interino de infantería de línea y ligera (1812) y en propiedad en 1813 |
Remigio O’Hara |
caballero de la orden de San Hermenegildo |
Mariscal de campo, subinspector general de
infantería de Castilla la Vieja (1816) |
Juan O’Neille Varela (1760-) |
|
Secretario del Despacho de Guerra (1805) |
Gonzalo O’Farril y Herrera (La Habana, 1754-París,
1831) |
|
Inspector General de Infantería (20-8-1798) Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario
en la Corte de Berlín, Prusia (15-8-1799) Consejero de Estado honorario (1805) Director
General y Coronel General del Real Cuerpo de Artillería (1808) Secretario de Estado y del Despacho de Guerra
(1808) |
Carlos O’Donnell (1762-1830) |
caballero de la orden de Carlos III |
Durante la guerra de independencia, capitán general de
Canarias, Valencia, Barcelona y Mallorca Capitán general de Castilla la Vieja y presidente
de la Chancillería de Valladolid, con carácter interino (1816) y en propiedad
al año siguiente |
Juan O’Donoju (Sevilla, 1762-1821) |
|
Secretario del Despacho de Guerra (1813) Secretario de Estado interino con el gobierno de Cádiz Capitán general de Andalucía (1820) Virrey de México (1821) y último virrey de Nueva
España |
Enrique José O’Donnell (1766-Montpellier, 1834) |
conde de la Bisbal |
Capitán general de Cataluña (1810) Capitán general de Andalucía y gobernador político
militar de Cádiz (acabada la Guerra de Independencia) |
*Abreviaturas
empleadas: AGS=Archivo General de Simancas (E, Estado; CJH, Consejo y Juntas de
Hacienda; GA: Guerra Antigua); AGMS=Archivo General Militar de Segovia (Secc.,
sección/Div., división); AHN=Archivo Histórico Nacional, Madrid (CD, Consejos
Suprimidos; E, Estado; OM, Órdenes Militares); ASV=Archivio Segreto Vaticano
(Roma); Sal. Arch.= Salamanca
Archives, St Patrick’s
College (Maynooth).
Esta es nuestra
primera contribución al proyecto que sobre la presencia militar irlandesa en
España se lleva a cabo en The Centre for Irish-Scottish
Studies, Trinity
College (Dublín). Agradezco la oportunidad de su presentación en Dublín a los
dos coordinadores del proyecto, Dr Ciaran Brady (Trinity College Dublin) y Dr.
Declan Downey (University College Dublin), así como al Dr. David Dickson (TCD).
[1].
Un “entretenimiento” era una paga mensual concedida en virtud de unos servicios
realizados; una “ayuda de costa” era una cantidad fija entregada una sóla vez y
para un fin determinado; los hábitos de las órdenes militares (Santiago,
Calatrava, Alcántara, Montesa) distinguían a la nobleza limpia de
sangre y suministraban personal de servicio a la Monarquía. La corona
española encontró en las órdenes una forma de recompensar –a la vez que
integrar- a la nobleza irlandesa dentro de sus estructuras sociales. Para los
irlandeses, este ingreso resultaba vital, pues desde mediados del XVI era el
Consejo de las Órdenes, entre otras entidades, la que ofrecía mayores garantías
en cuanto a nobleza, limpieza de sangre y de oficios. Ver Kerney Walsh,
Micheline, Spanish Knights of Irish
Origin. Documents from Continental archives. Dublín: Stationary Office for
the Irish Manuscripts Commission, 1960.
[2]. Para el caso
escocés: Smout, T.C., “Scottish Emigration in the Seventeenth and Eighteenth
Century”, en Canny, Nicholas, European on
the Move. Studies on European Migration, 1500-1800. Oxford: Clarendon
Press, 1994, pp. 76-90; para el caso irlandés: Murtagh, Harman, “Irish soldiers
abroad, 1600-1800”, en Bartlett, Thomas y Jeffery, Keith (eds.), A military history of Ireland. Gran
Bretaña: Cambridge University Press, 1996, pp. 294-314.
[3]. Henry, Gráinne, The Irish Military Community in Spanish Flanders, 1586-1621. Dublín: Irish Academic Press,
1992, pp. 54 y 67.
[4]. La mayoría de los pilotos de la Gran Armada de 1588 tenía
un conocimiento limitado de las costas del norte de Irlanda y se carecía de las
cartas náuticas adecuadas: Fallon, Niall, The
Armada in Ireland. Connecticut: Wesleyan University Press, 1978, pp. 221-222. En el desembarco en Kinsale
de 1601 participaron pilotos irlandeses (Patricio
Brenot, piloto irlandés, refiere sus servicios con Diego Brochero de Anaya en
Irlanda y suplica licencia y ayuda económica para volver a su tierra: AGS, CJH,
leg. 429, s.f. 29 de septiembre de 1603). En enero de 1602, ante el previsible envío de refuerzos,
algunos pilotos irlandeses permanecían en La Coruña en espera de instrucciones:
“Los pilotos Hirlandesses que e buscado boy entreteniendo y rregalando
com particular cuydado, por ser muy conveniente conservarlos y tenerlos tam
platicos de aquellas costas como lo son tres o quatro”: AGS, GA, leg. 603, s.f.
Luis Carrillo de Toledo, conde de Caracena, gobernador y capitán general del
reino de Galicia, a S.M. La Coruña, 28 de febrero de 1602.
[5]. “Adonde quiera que el Rey de Inglaterra embia a los
irlandeses a las guerras en favor de sus aliados nunca paran hasta ponerse de
parte del Rey de España, aunque sea huyendo de noche, saltando por las
trincheras y de las murallas abaxo; y de parte de España siempre han servido
con grandissima satiffaction”: AGS, E-Negociación
de Inglaterra, leg. 2516, f. 116. “Appuntamientos de las cosas de Irlanda
muy considerables para el servicio de V. Magd.”. Anónimo, 1625.
[6]. “Tienen los soldados Irlandeses por merced particular
de mucho tiempo que sus soldados son admitidos en las compañias de los
Españoles, y en los puestos y ocasiones se mezclan con ellos, como si todos
fuessen una nacion; y merecenlo, porque son muy gallardos soldados”: Villalobos
y Benvides, D. de, Comentarios de las
cosas sucedidas en los Paises Baxos de Flandes, desde el año de mil y
quinientos y noventa y quatro, hasta el de mil y quinientos y noventa y ocho.
Madrid: Luis Sánchez, 1612, p. 76.
[7]. Recio Morales, Óscar, “Spanish army attitudes towards
Irish allied forces at Kinsale”, Battle
of Kinsale Winter School (enero, 2001), en prensa; esta tesis está más
desarrollada por el mismo autor en: El
socorro de Irlanda en 1601 y la contribución del Ejército a la integración
social de los irlandeses en España. Ministerio de Defensa: Madrid, 2002.
[8]. Estas fuerzas irlandesas fueron empleadas en
una frustrada operación de diversión del frente catalán en la provincia de Guyenne,
suroeste de Francia. Felipe IV ordenó a su embajador en Londres la
suspensión inmediata de todas las levas en Irlanda: AGS, E-Negociación
de Inglaterra, leg. 2577, s.f. Felipe IV a Alonso de Cárdenas. Madrid, 27
de agosto de 1653.
[9]. Ibídem.
[10]. Sobre las relaciones hispanoirlandesas bajo Felipe II:
García Hernán, Enrique, Irlanda y el Rey
Prudente. Madrid: Laberinto, 2000; para la primera mitad del XVII: Recio
Morales, Óscar, Irlanda en la estrategia
política de la Monarquía Hispánica (1602-1649), Tesis Doctoral: Universidad
de Alcalá, 2000 (parte de la cual será publicada también en Laberinto bajo el
título España y la pérdida del Ulster).
Ver también: Downey, Declan M., Culture
and Diplomacy. The Spanish-Hapsburg Dimension in the Irish Counter Reformation
Movement, c. 1529-c. 1629. Tesis Doctoral: Universidad de Cambridge, 1994.
[11]. (i) La operación papal de Smerwick no contó con el apoyo
oficial de Felipe II, pero sí logístico: las naves partieron desde Santander
con unos 200 españoles a bordo. El resto, unos 600, eran mayoritariamente
italianos, incluído el mando de la operación, el coronel Bastiano di San
Giuseppi. Sólo éste último, nueve italianos y seis españoles sobrevivieron a la
toma del fuerte por los ingleses: ASV, Segr. Stato, Spagna, Vol. 29, ff. 21-24. Relación de San Giuseppi
para la Santa Sede. Voltan, 26 de diciembre de 1580. Sobre este episodio:
O’Rahilly, Alfred, “The massacre at Smerwick (1580)”, Cork historical and archeological papers, I. Dublín y Cork: Cork
University Press, 1938.
(ii)
Sobre Kinsale sigue siendo válida la clásica obra de John J. Silke, Kinsale.
The Spanish
intervention in Ireland at the end of the Elizabethan Wars
(Liverpool: 1970). Las actas de los congresos celebrados en Madrid (1-3
de marzo de 2001) y Kinsale (enero de 2002) con motivo del IV Centenario de la
batalla arrojarán nuevas perspectivas sobre tal acontecimiento.
(iii)
Sobre el intento de asalto de Irlanda en 1627: Recio Morales, Óscar, “A second opportunity: fr. Florence
Conry advices on the militar assault of Ulster, 1627”. Archivium Hibernicum: or Irish historical records. Maynooth: Catholic Record Society of
Ireland (en prensa).
[12]. AHN, E, leg. 2845, n°. 20: “Discurso sobre el modo de
separar la Yrlanda de la Ynglaterra”. Borrador en español, febrero de 1776.
Treinta navíos y fragatas partirían desde Ferrol (Galicia) y Brest (Francia);
tropas de infantería desde las costas francesas desembarcadas en Gran Bretaña
cubrirían el ataque principal, dirigido directamente a Irlanda. Se procedería
al reparto de armas entre los irlandeses y los oficiales de esta nación al
servicio de los Borbones pasarían a Irlanda. Carlos III admitió “que de todos
los proiectos relativos a la Yrlanda, este seria el mas factible”, pero decidió
esperar: AHN, E-leg. 2845, n°. 20. El conde de Aranda al marqués de Grimaldi. El
Pardo, 26 de febrero de 1776.
[13]. Gough, Hugh,
“Anatomy of a failure. Bantry Bay and the French Invasion of 1796”, en Murphy,
John A. (ed.), The French are in the Bay.
The Expedition to Bantry Bay 1796. Cork y Dublín: Mercier Press, 1997, pp.
9-24.
[14]. Stradling,
Robert A., The Spanish Monarchy and Irish
Mercenaries. The Wild Geese in Spain. Dublín: 1994.
[15]. Murtagh, Harman, “Irish soldiers abroad, 1600-1800”, en Bartlett,
Thomas y Jeffery, Keith (eds.), A military
history of Ireland. Ob. cit., pp. 294-314.
[16]. Sal. Arch., “Salamanca-Various Papers XI/4/3. n.d. [after 1608]. “Del
nombre, lugar y clima de Irlanda, temperamento y fertilidad de su tierra y
condición de sus nativos”.
[17]. “Yrlanda tiene muchos
soldados y muy diestros, porque sufren casi mas que ningunos a el hambre y sed
y trabajos como los que siempre estan acostumbrados a dormir en el suelo y
pasar vida muy pobre”: AGS, E-Negociación
de Inglaterra, leg. 832, f. 132. Madrid, 16 de diciembre de 1579. Memorándum
del Dr. Sanders sobre la situación irlandesa.
[18]. AGS, GA, leg. 521, f. 79. Carta de Diego Brochero a S.M.
Ferrol, 19 de noviembre de 1598. El 13 de diciembre renovó esta petición ante
el deplorable estado de la marinería: “Convendra que quatro o seis caravelas
vayan con vestidos, armas y bastimentos a Yrlanda, en las costas del Norte, y
se escriva a Onel y Odonel ymbie quatroçientos o quinientos hombres de
aquellos, que aunque les falte la platica de las cossas de la mar por este año
las entenderan para el que viene mejor, y son muy buenos soldados y la gente de
mas trabajo que se sabe”: AGS, GA, leg. 522, f. 66. Diego Brochero a S.M.
Ferrol, 13 de diciembre de 1598.
[19]. AGS, E-Negociación de Inglaterra, leg. 2523, s.f. “La junta que trata de
las levas de Irlanda dize lo que se ofreze sobre las ultimas cartas que escrive
francisco feysote”. Madrid, 8 de febrero de 1645.
[20]. AGS, E-Negociación
de Flandes, leg. 2056, s.f. El conde-duque de Olivares en consulta del
Consejo de Estado de 7 de julio de 1641. El rey a su embajador en Londres:
“cada dia se rreconoçe mas la neçesidad que tenemos de levas de irlandeses.
Travajad en conseguir las mas numerosas que os fuere posible”: AGS, E-Negociación de Inglaterra, leg. 2575,
s.f. “A los embajadores de Inglaterra”. Madrid, 3 de octubre de 1640.
[21]. AHN, leg. 4816, n°. 4. Real Decreto de 11 de mayo de 1680; AHN, E, leg.
4816, n°. 4. Decreto sobre privilegios de irlandeses en España. Madrid, 16 de
abril de 1701; también en AHN, CS, Consejo de Castilla, Sala de Alcaldes de
Casa y Corte, Libro 1286-E, f. 169.
[22]. AGS, E-Negocios de “partes” no despachados, Flandes, leg. 1769, s.f. Papel
de Mathew Tully, representante de los O’Neill en Madrid. 18 de mayo de 1609.
[23]. La aristocratización de la oficialidad española del XVIII es
un fenómeno ya advertido por John Lynch en su clásica obra La España del siglo XVIII (Barcelona: Crítica, 1999, p. 112); fue
confirmado por las investigaciones de Francisco Andújar Castillo: Los militares en la España del siglo XVIII.
Un estudio social (Granada: Servicio de Publicaciones de la Universidad,
1991).
[24]. Sobre la fecha de creación del regimiento Irlanda: AGMS, S2ª/Div. 2ª, Leg. 6:
Copia impresa de Cédula Real sobre la preeminecia de los regimientos en el
Ejército. Aranjuez, 16 de abril de 1741. Los otros dos regimientos datan de
1709.
[25]. Cuando se pidieron los papeles de familia a Arturo O’Neill respondió “que por la notoriedad de su calidad y casa, en
aquel Reino de Irlanda no a necesitado de guardar papeles, ni menos traerlos a
España, que solo vino a servir en la guerra. Que en el dicho Reino es costumbre
constante aver coronistas que tienen cuidado y obligacion de descrivir asi las
casas nobles que en el ai, como todos los nombres de los sucesores dellas”.
O’Neill remitió a las autoridades españolas al doctor Tully Conry, “cronista
general de las casas nobiliarias irlandesas” y residente en Madrid: AHN, OM,
Calatrava, exp. 1834: “Pruebas del maestro de campo don Arturo O’Neill,
yrlandés pretendiente del abito de Calatrava, natural de Clastromen en el
condado de Tiron, reyno de Yrlanda. Despachadas en 17 de julio 1662”.
[26]. El Consejo de las Órdenes Militares criticó duramente en
1724 este modo de proceder de los irlandeses: “[...] rara vez se ve una fe de
Baptismo, ni Casamiento, nunca un testimonio ni escritura publica, y jamas una
justificacion de nobleza”: AHN, E, leg. 3028, n°. 31. “Consulta muy particular
de el Consejo de Ordenes, sobre las pruebas de Yrlandeses”.
[27]. Cuando a Tadeo Carthy se le ordenó formar compañía
de irlandeses para servir en el tercio de O’Neill en Flandes, suplicó tomar
posesión de más de sesenta vasallos suyos que residían en La Coruña y que
todavía no estaban bajo ningún capitán irlandés: AGS, Negocios de
“partes”, España, leg. 2743, s.f. El Consejo de Estado en Valladolid a 30
de marzo de 1606. El capitán Cornelio O’Driscoll fue quien advirtió a Carthy de
la presencia de sus vasallos en La Coruña.
[28]. Los colegios fueron el escenario elegido para una
durísima lucha entre la orden franciscana –generalmente identificada con el
grupo social de los Old Irish,
nativos gaélicos- y los jesuitas irlandeses –de extracción Old English, descendientes de origen normando, anglonormando e
inglés asentados en Irlanda desde el siglo XII-. Los franciscanos irlandeses
vieron amenazada su especial posición en el seno de la Monarquía española con
la progresiva extensión de la influencia de la Compañía de Jesús en los
colegios. El control de estas instituciones era clave, ya que en sí mismas
constituían una indudable fuente de patronazgo y, con ello, de control político
sobre las diferentes comunidades irlandesas repartidas en suelo peninsular:
Recio Morales, Óscar, “Not
only seminaries. The political role of the Irish colleges in Spain”. History Ireland (Vol. 9, nº. 3, Autumn
2001), pp. 48-52.
[29]. Recio Morales, Óscar, “De nación irlandés: Percepciones
socio-culturales y respuestas políticas sobre Irlanda y la comunidad irlandesa
en la España del XVII”. Actas del Congreso Irlanda
y la Monarquía hispánica: Kinsale, 1601-2001 (Madrid-Alcalá de Henares, 1-3
de marzo de 2001), en prensa.
[30]. “con gran indiferencia hacia el espectáculo de la Irlanda
gaélica cayendo en su propia agonía, los españoles continuaban sus
investigaciones para encontrar las causas del fallo de la expedición de
Águila”: Silke, J.J., Kinsale. The Spanish intervention in Ireland at the end of the
Elizabethan wars. Ob.
cit., pp. 162-3.